Oí, hace un par de semanas por última vez, llamar
románticos a esos busca-vidas (maletillas) que en los entretiempos del menudeo
trapeaban de izquierda a derecha y viceversa. Lo oí, sí. Y como no estuve -ni
estaré de acuerdo- es hora de decir que a esos muchachos forzados a
tirarse a la calle para ser muleteros no los encuentro románticos, sino
desesperados.
Hoy, con el hambre erradicado de la península,
pese a que la política se empeñe en reavivar males pasados, los románticos son
esos mercenarios del tiempo -otrora llamados empleados- que pese a sumar
años -muchos ya la cincuentena- siguen jugando ilusamente a querer ser toreros,
a llamarse maletillas.
Lo serán porque su imaginación supera a la
razón…, pero ninguno está desnutrido. No, pese a que lo evidente se lo traten
de ocultar. Y es que, en la era del alimento digital no hay mayor
hambruna que la que muestran las redes sociales. Ellas, tan accesibles
y cercanas, tan cálidas para descerrajar nuestra impresión, son las que
perfilan nuestro tipo. Da igual el entorno: facebook, twitter, blogspot…,
siempre mostrarán carencias. La falta de…
Si pensamos que cumplimos con
sus objetivos, y que somos respetados por la comunidad, ya se
encargarán de pasarnos la correspondiente receta. La
guantada, pese a ser verbal -o gráfica-, no sienta mejor que las se arreaban
los capas por dejarse ver, hace más de medio siglo. Tan añejo y tan cercano…,
que aquellas riñas entre iguales son las madres de las que hoy se dan entre los
(nuevos) que se enfrentan al toro.
Ya no son cuarenta capas, en los carnavales de
Ciudad Rodrigo, los que se pelean sin piedad. Ahora, lo hacen mozos que con el
mismo valor gastan el doble de inquina. Se sienten amos de las
embestidas del animal, ¡como si eso se pudiera!
Los únicos que ya no dominan viajes son aquellos
a los que oí llamar románticos. Y no lo hacen porque Conrado,
aún vigente, pasó a formar parte de la leyenda. Y los que quedan…, no pueden.
¿O sí?
Se llama Jonathan, vive en
Almassora y cumple el requisito de querer ser torero. Su apellido es Blázquez,
y así se anuncia en las becerradas. Él, puede que sea el verdadero
romántico, el maletilla en estado puro. No solo cumple la premisa de
querer ganar dinero vestido de luces sino que pasa hambre, bastante a tenor de lo que muestra
a través de internet. Un vistazo a su espacio personal descubre su carencia
en contratos y medios… pero a la vez, la intensidad de su sueño.
Ése, que se cumplió este mes cuando los “olés”
acompañaron las cinco embestidas humilladas de un Cuvillo con
correa y viaje para hacerse rico. No se hizo, porque teniendo el carné de
alumno no se puede ser torero confirmado; pero sí ídolo de la plaza de barrotes
en la que entregó el pecho a ese 227 que llevaba un herido y buena tralla, tras
media hora de lucha.
Le importaron a Blázquez los precedentes
de Blanquito lo mismo que el mantenimiento de
sus cuentas en la red. La inconsciencia y los arrestos volvieron a
mandar. El resultado artístico: aclamación popular, para mayor gloria de sus
perfiles en redes sociales.
Facebook se ha convertido en la plataforma
oficial para darle las gracias, felicitarlo y demostrarle admiración. Además,
de herramienta para acuñarle apodo: “Jonathan, el maletilla 2.0”.
Iván Ramajo www.diagnosticodiferencial.com
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