Damasco, de Fuente Ymbro, en su tortuosa bajada al callejón./Foto; Reuters |
Fuente Ymbro se desaguó en el primer encierro del San Fermín 2016, tal y como lo había hecho el cielo la noche previa. Del todo a la nada en 849 metros. El vacío, por tanto. Eso explica que la emoción supuesta brillara por su ausencia. Los toros de Gallardo estuvieron a merced de todo y todos. Y lo que es peor, alardearon de su pobre condición hasta dos trancos por delante de encontrarse a los mozos; lo que invitó a devorar sin escrúpulos a las seis fieras. Del primer encierrillo –el casi místico traslado nocturno de toros y bueyes de los corrales del Gas a los de Santo Domingo- se desprendió una frase: “¡Vaya aparatos!”. Fuente Ymbro al aparato, por tanto, oiga. Pero el aparato –tremendo, por cierto - fue inhábil. Inmóvil, para ser más preciso. El cohetazo a las 8:00 atronó el cielo de la vieja Iruña tanto, al menos, como la tormenta nocturna. La tropa de bueyes agitó a la torada, que ante la apertura del portón de corrales se había quedado impertérrita.
Hasta diez metros separaron de inicio al manso que abrió el encierro y a la torada. En un abrir y cerrar de ojos se recompuso el cuadro: los toros estrecharon sus redondos cuerpos contra los cabestros y, luego, los arrollaron con la cadera para superarlos. La melé de recibo ya no existe. Los pupilos de Gallardo se zambulleron entre la marea de espectadores sin pegar un solo derrote. Ni siquiera ese Soplón, [66] de pelo castaño, que besó el suelo a la altura de la hornacina de San Fermín. Se reincorporó con la mirada puesta en la grupa del buey que cerraba la manada: metió riñones y se lanzó como una centella a darle caza. Los cinco toros restantes destaparon sus bazas nada más alcanzar la Plaza del Ayuntamiento: requiebros ante las decenas de mozos indecisos que se movían en el alambre, y los pitones, como pollo sin cabeza. Y así cruzaron también Mercaderes, donde la unión –y defensa– de la torada se resquebrajó. En la curva con la Estafeta, lo nunca visto: los bueyes lanzaron al esprint, y también por el precipicio, al jabonero Jazmín y al negro bragado -y tremendamente veleto- Damasco. La escena fue cuanto menos pintoresca: los dos cabestros se abrieron a la derecha y los toros le ganaron la acción sin darse cuenta. En la Estafeta entraron pidiendo permiso y eso les costó la vida: los dos toros encogieron el cuello, se afligieron, y aceptaron esquivar mozos a diestra y siniestra como vía de escape.
Los dos compañeros de andanzas avanzaban con la bandera blanca entre los pitones. Y los mozos perpetraron un nuevo esperpento: el empujón, el agarrón y el baile de codos, a las primeras de cambio. En la primera jornada. Rota la tregua del día de San Fermín. Las caídas se sucedieron a cada metro. Una de ellas acabó por desfondar a Jazmín, que ya avanzaba con un trote sostenido y de costadillo -como los caballos de Pablo Hermoso-, en claro síntoma de debilidad. Dio con sus carnes en el suelo. Los bueyes llegaron en el momento preciso para socorrer a Damasco, tras quedarse solo en el envite, y evitar otra debacle; además de diluir la más que evidente endeblez de su mano diestra. El pupilo jabonero de Gallardo se reenganchó al pelotón, que avanzó por la Estafeta a casi 20 metros de la cabeza de la manada, en el momento justo para acabar de enviar por el sumidero el primer encierro del San Fermín 2016: los cinco toros casi a la par, y ya en la Telefónica, fueron a parar contra el vallado derecho. Una montonera de mozos cerraba los ojos al verse presos de tan tremendas y astifinas caras. Nada más lejos de la realidad. Los toros salvaron a trompicones y de manera incruenta el ‘lío’ en el que se habían metido: la vía de salvación fueron las manos y los pechos.
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