martes, 13 de octubre de 2015

PANDERETILLO hace justicia con la 15 DE OCTUBRE

 

Mario Crespo

 
Caprichos del destino, o no, la Asociación Taurino Cultural 15 de Octubre volvía a citar a la afición en Alba de Tormes en día 11. Justo seis meses después de que un Chileno andaluz echara por tierra el trabajo de la Asociación el ya lejano undécimo de abril.

Aquella tarde todas las ilusiones chocaron contra el cárdeno muro. Muro que lejos de convertirse en motivo de lamentación sirvió para reforzar y cimentar más si cabe la ilusión y empeño de estos aficionados de darle a su pueblo el sitio que merece.

 
Meses de comprometido trabajo dieron como resultado un cartel de lujo como antesala de los días oficiales de honrar a la Santa. Esta vez la ilusión y esperanza se depositaron en un Panderetillo del Campo Charro. Pero antes de su salida, la 15 de Octubre tuvo a bien deleitarnos a medio día con un encierro de novillos con su posterior capea para ir abriendo boca. Dos novillos y una vaca que realizaron un encierro emocionante y limpio. Talanqueras abarrotadas y multitud de buenos corredores que realizaron largas y bonitas carreras. En la plaza, la gran actuación de los maletillas compartió triste protagonismo con dos absurdas y evitables cogidas que afortunadamente no revistieron gravedad.

Tras reponer fuerzas en los bares y restaurantes de la Villa Ducal ¡por cierto! Llenos gracias al tirón taurino llegó el plato fuerte del día.
Abrió la tarde Furiosa, una colorada de imponente arboladura que se movió y entró a los cites de los aficionados que disfrutaron tanto en carreras como en cortes. Con la de Urcola en chiqueros llegó el turno de Panderetillo, un Valdefresno de casi 600 kilos magníficamente presentado que impuso respeto y admiración en las abarrotadas calles albenses. Remató y se empleó durante toda su exhibición. No dejó nada dentro el de Valdefresno que parecía sabedor de que las ilusiones y el trabajo de la Asociación recaían sobre él. Cumplió con creces y esta vez sí, en los rostros de la gente de la 15 de Octubre se reflejaba una más que merecida satisfacción. No acabó aquí la tarde. Aún quedaba un último cartucho. Garañuela, una cárdena de Victorino Martín puso el broche de oro a un gran día taurino donde el nombre de Alba de Tormes sonó y fuerte en diferentes lugares de la geografía gracias al trabajo de la Asociación Taurino Cultural 15 de Octubre.
 





 
 




 
FOTOS SALAMANCARTVALDÍA Y FOTOGRAFÍA JUANES:
 






 
 
 

miércoles, 7 de octubre de 2015

Alba de Tormes apuesta por la calidad




Mario Crespo

 

Alba de Tormes cuenta las horas ya para comenzar su anual cita con las Fiestas de Santa Teresa. Días que convertirán a la Villa Ducal en el epicentro de atención taurina de Castilla y León gracias a la apuesta por un serial que se consolida. Un importante salto de calidad que ha colocado, por méritos propios, el nombre de Alba de Tormes entre las citas importantes del calendario taurino.

 

Los culpables un año más los incansables miembros de la Asociación 15 de Octubre que están realizando un trabajo de promoción y fomento de la fiesta que es un ejemplo para todos los aficionados. Una apuesta que cuenta con la inestimable colaboración de un Ayuntamiento que lejos de poner trabas, como suele ser habitual, ha sabido ver el tirón y la importancia que unos festejos taurinos de calidad tienen entre los aficionados que a buen seguro se desplazarán en masa hasta Alba de Tormes.

 Tres encierros de novillos, dos de vacas nocturnos y un toro de cajón con sus correspondientes capeas componen el ciclo taurino popular Albense para Santa Teresa 2015.

 

¡Enhorabuena por el trabajo realizado y a disfrutar!  





martes, 22 de septiembre de 2015

'Rompesuelas' redunda: el toro de la Vega

'Rompesuelas' en la Vega de Tordesillas. Foto: Ical
"¡Este será el último Toro de la Vega!", arreaban con las manos arriba hace justo una semana, declarándose indefensos, los unos; y se preguntaban por lo bajini, ya casi convencidos de que así será, muchos de los otros. Dos bandos contrapuestos al cien por cien reunidos bajo un mismo lema. La locura. Eso sí, el machete entre los dientes. Por la presión mediática. O por lo que sea. La tensión a flor de piel. Más bien, una jaula de grillos. Y entre medias, un mudo: "Sin raíz nada". El nuevo escudo de Tordedillas: fuera la ornamentación nobiliara y recargada y bienvenido el blasón cosido al pecho con pegamento. Un gesto débil y sentimental, mientras los ojos televisivos se clavan iracundos sobre el puente que salva el Duero, obligando a los vecinos del pueblo [tan solo a ellos] a arrodillarse, cruzar las manos en la espalda y apoyar la cabeza de manera delicada en el tajo. El resto son meros espectadores. Mil y un hachazos. Al estilo medieval. Como el toro. El de la Vega. Puro rito ya.

La guerrilla, con el “toro sí” y “toro no” como pretexto, se mantuvo media hora exacta. Como cronometrado por un reloj de arena. Guionizado para el prime time matinal. El morbo. Y a las 11:00, en horario digital, ‘Rompesuelas’, el torón del Conde de la Corte, cortó con sus paletonas astas la humareda provocada por la tercera bomba real. Veleto. Sin perfil. Chepudo. Culo pollo. Ni pizca de belleza. Rudo de pitón a rabo. Como el torneo. El empedrado lo saborea distraído. El Duero ni lo huele. El esprint. Y a blandear. La badana bamboleándose sin concierto. 640 kilos sin gracia. Ya en el cruce, de repente, el parón. Tres vueltas sobre sí mismo. A sus pies el pelotón ‘anti’. Encadenados. Sorprendidos de que el toro a salvar los escaneara de arriba abajo antes de poner rumbo a la Vega. “Estar en el recorrido durante el torneo no está prohibido”, había repetido hasta la saciedad el alcalde Poncela. Y no lo estuvo, ellos allí con su denuncia, con sus reivindicaciones antes y también después. Y el resto, en busca de saber cuál era el final de un ‘Rompesuelas’ que no se despegó de las tablas hasta que sonó un nuevo bombazo: el comienzo del torneo. Y la incertidumbre del campo de tiro. Millas por delante.

Y el pupilo del Conde de la Corte obligó a ahondar en el torneo. Pura redundancia, durante al menos cinco kilómetros: el toro por la Vega. Ni más ni menos. El trotar cansino de avanzar sin saber a dónde y a ver qué. Con el desgaste de tener que hundirse hasta los tobillos a cada paso. Y la lluvia que aparece, a ratos de hostigo, para hacer más duro y místico el trayecto. El olor a tierra y a pino mojado como acompañante. 'Rompesuelas' perdido entre la arboleda. Un “por allí” acaba con la pregunta lanzada al aire que comenzaba a tomar cuerpo: “¿Dónde están los límites del indulto?”. El toro hallado tras el mar de pinos. Y también la civilización. El asfalto del polígono industrial. Un shock. “Por aquí ha pasado, es verdad”, señalan apuntando con el índice al suelo: el asfalto hizo mella también en el toro. Los caballos, ya de vuelta, descolocan de nuevo la jugada: hedor, a partes casi iguales, al sobresfuerzo de tener que amparar la carrera loca del toro galopón y a gasoil. Tas ellos, de nuevo, más pinos… “Ha sido Cachobo”, gritan. El toro ha caído. Hubo antes una vuelta de peones para tratar de poner a ‘Rompesuelas’ en suerte en los límites de la Vega. Casi en fuera de juego. La delgada línea que sostiene el torneo en el siglo XXI. El arma tomada en corto. Primera pasada. Rodado. Sin puntilla. Y el jurado a evaluar: “Nulo”, acabaron dictaminando. Fin del torneo. Necesariamente camino de vuelta, a repasar la Vega con verdadera parsimonia [“Por si acaso...”, como se apuntaba al principio].

martes, 14 de julio de 2015

Oro en velocidad para los pacíficos Miura

Los toros de Miura trazando la curva de Mercaderes con Estafeta./Foto: EFE


A los Miura, después de casi 60 encierros, no le hacen falta cabestros en Pamplona. Ellos solos, ya casi, y como si fuera por pura carga genética, se encargan de cuidarse por las calles de la capital navarra. Algunas, pocas, se toman la justicia por su mano y en solitario –los célebres Olivito y Ermitaño, son ejemplos de ello–, y otras, la inmensa mayoría, lo hacen juntitos, los seis de una tacada y a galope tendido. Pero nunca como este martes del San Fermín 2015, que siendo un encierro con alma boyanquil, se ha colado por mor de la velocidad en el cuadro de honor pamplonés. Dos minutos cinco segundos. Auténticas motos GP.

El récord de la velocidad no se establece en Pamplona hasta que el último toro cruza el portón de corrales. El encargado de rubricar la tremenda carrera fue el cárdeno girón de nombre Flamenquillo, el último de los 48 bureles, menos uno, que han pisado la Monumental durante estos encierros sanfermineros. Tres trancos por delante, Almendrero y Sobervio comandaron una manada extraordinariamente compacta. Entre medias, Rayito, que le da nombre a esta fugaz 59 carrera de Miura en Iruña, y que, precisamente, por avanzar en el mismo centro de la torada, ha marcado el promedio de velocidad.

La yunta que abrió calle, de tonelada y ciento noventa kilos, arrolló desde el principio de la Estafeta y sobre todo al fin. Ya en Telefónica, Sobervio se abrió hacia el vallado izquierdo y levantó por los aires, sin descolgar la cara, al mozo lento.  Nunca tan tremendo empujón propinado casi en el omoplato provocó semejante vuelo. Hubo miedo. Pero nada más lejos de la realidad, el torón solo quería avanzar. Y lo hizo. Se abrió paso sin estridencias. Sin ni siquiera meter los riñones. A su ritmo disolvió la montonera en la que se había metido.

Se apretaron, como no lo hicieron en la cuesta de Santo Domingo –a la que dejaron en con el molde en contados 40 segundos–, para atravesar un callejón atestado al que barrieron. Tras lanzar rodando mozos a mitad del albero de la Monumental, cortaron la cinta al mismo tran tran al que había corrido los otros 840 metros. El alcalde Asiron les colgó la medalla de oro. Y no solo a la velocidad, sino también a la concordia, y hasta a la paz. Pese a ser seis Aves, a penas dejaron un par de rasguños. Y, por ende, le dieron cuajo a esa “riesgo inasumible” que entonó el edil, como si nada, tras el cuadro que le montaron a Pamplona los Escolares. Por sus palabras, debió gozar este cierre de unos sanfermines que han enterrado al toro suelto, y que, hablando de velocidad, no han sobrepasado los tres minutos. 



lunes, 13 de julio de 2015

Garcigrandes saltarines


Pizpito, de Domingo Hernández, trazando la curva seguido de sus hermanos./EFE


Garcigrande ha salido indemne de esta séptima carrera de los 800 obstáculos. Y ese ha sido su gran triunfo. La velocidad como terapia para no afligirse. Los cuatro toros de Domingo Hernández y los dos herrados con el de Garcigrande han desfondado al esprint a la Estafeta. Se puede decir, a tenor de lo visto, que la han dejado sin aire y sin piernas. Y como remate, también sin fuerzas. La pelea de desgaste diaria por sostribarse del pitón del manso que abre el encierro, es tan dura y encarnizada, que se convierte en incompatible con carreras como las de este lunes. Y claro, llegaron las diez mil caídas a los pies de los ágiles garcigrandes, que casi siempre evitaron el tropezón saltando con extrema limpieza. 

Se abrió el portón, y como si los toros hubieran calentando, comenzaron a apretar a los cabestros. De hecho, uno de ellos, Pizpito, ha roto un ya clásico de estos sanfermines: salir todos juntos y por detrás de la tropa de bueyes. El primero en pisar el adoquín. Y solo el citado manso delantero ha evitado que ese negro, con esa cara de pavor sin exageraciones, hubiera roto el encierro. Pasado el Santo, el toro se hizo con la manija de la carrera, y los demás le siguieron. La manada no se resquebrajó. Nunca. Hubo sus entradas y salidas, sus derrotes, pero siempre en actitud coral, nunca en solitario. Ni la caída de Café en la curva de Mercaderes con Estafeta propició un cambio en el guion. Diez metros más adelante sí se delavazó todo.

Pizpito se abrió en la curva pasado de revoluciones, y se vio entre la espada y un mozo. Y como horizonte próximo la montonera. Y allí que acabó. Rodando por los suelos... Se levantó a la misma velocidad a la que cayó y zarandeó entre sus pitonazos al mozo que se resguardaba en el portal. Sin quererlo lo plantó en mitad de la carrera, y con el resto de hermanos pasando a milímetros como verdaderos trenes. El estupor se adueñó de ese primer tramo de la Estafeta. Ese Café que había perdido comba lo aprovechó. A la chita callando, este toro de capa negra y ancho de sientes se ha encargado de poner orden a lo largo y ancho de toda la calle ‘estrella’. Avasallando con su amplia cara y sin contemplaciones. Lo hizo en ese punto, y también en la montonera formada en el ensanche de Espoz y Mina.

El testigo que dejó rodando Pizpito por los suelos, lo recogió ese colorado claro llamado Montanero, del hierro de Domingo Hernández, que lejos de reducir la velocidad de la carrera, la aumentó, y se distanció para completar la mitad exacta de la carrera en solitario. No claudicó a las muchas espaldas, que a diez mil revoluciones menos, pretendían marcarse un 100 pegados al hilo del pitón. Y como no cedió, llegaron las muchas caídas y arrancó la leyenda de los toros saltarines. Hasta cuatro mozos quedaron desvalidos y ante la jurisdicción de sus pezuñas mediada la Estafeta, y los sobrepasó de un brinco. Y sus hermanos, los cinco, a los que ya les sacaba 20 metros de ventaja, también. Hasta Café que en el mismo momento de levantar las manos soltó la cara como un látigo y castigó a todo el que acompañaba su carrera sobre su pitón diestro. Tras ese primero y espectacular salto. Llegaron muchos más en el tramo de la Telefónica, y también en el mismito callejón.




domingo, 12 de julio de 2015

Palizón de Telefónica a los cobardones Conde de la Maza

Cerrado, del Conde de la Maza, se estrella contra una montonera de mozos./Reuters


El Conde de la Maza se ha llevado en su regreso a la Feria del Toro un soberano palizón. Su cobardía en la Telefónica les costó más que cara, y eso que los boyancones del Excelentísimo Señor, según reza el glosario de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, le regalaron a Pamplona un encierro doble con tintes clásicos. Corrieron tres y tres, y partieron los 849 metros de carrera en dos, con el contraluz de Mercaderes a modo de división natural. Se podría decir que fueron miureños hasta el Ayuntamiento y de ahí en adelante todo lo que pasó fue en Dolores Aguirre, por poner dos de los referentes más claros en la carrera de Iruña. Esta Pamplona globalizada eso no se lo tuvo en consideración. Ni un ápice de respeto. Golpes y regolpes en lomos, pencas, testuz y pitones. Como si las peleas por plantarse al hilo del pitón no acabaran cuando el torón rozaba el hombro o las costillas, según altura. Se pasó de arrearle el mamporro al compañero de carrera a darle una labra de espanto a unos torones que pasaban los 600 kilos. 

Ese fue el remate de un encierro que se apagó alarmantemente al minuto de carrera. Cualquiera diría que esos toros, que o bien giraban la cara cobardones o bien ni se inmutaban cuando sentían apoyarse manos y hasta periódicos entre ojo y ojo, habían tratado de calcar cualquiera de las mejores salidas de los venerados Miura: manada desparramada, con los seis soltando la cara a diestra y siniestra, bamboleando esos corpachones como juncos a velocidad de crucero, fijándose en casi todo y hasta arrodillándose con fiereza en la plaza del Ayuntamiento ante el leve toque de atención. Hicieron de todo, hasta caerse y partir la manada en dos en la misma puerta del Mercado de Santo Domingo. Eso los mató. 

A partir de ahí, corrieron tres y luego otros tres, con más de 20 metros de distancia entre unos a otros. Eso provocó la citada pérdida del respeto en Telefóncia y el callejón. Y también, aunque menos acusada, en Estafeta y con algún ramalazo en la osada Mercaderes, que es donde se inició el declive de la torada. Una caída a plomo en toda regla. Desfondarse tranco a tranco para pasar del fibroso primer tercio del encierro al fofo final, con la imagen de ese Cerrado como bandera.  El más estrecho de sientes del encierrón se lió a empujar con el morro y los pechos, en lugar de con los pitones, y a levantase de manos con la única intención de huir hacia adelante, tras estrellarse contra una atemorizada y cosmopolita montonera de mozos que trataba de hacerse invisible pegada a tablas. Sus riñonazos acabaron por imponerse y dieron al encierro por claudicado y concluido. 


sábado, 11 de julio de 2015

Legendario derechazo y KO de Escolar a Pamplona


Curioso, de José Escolar, solo, encerrado en los corrales de Santo Domingo./EFE


José Escolar le ha metido un mandoble de aúpa a Pamplona. Un KO en toda regla.  Un derechazo duro y directo a la boca del estómago en poco menos de tres minutos y el día de su debut. Una vuelta en toda regla a este calcetín llamado encierro. El gran protagonista, Curioso, un cárdeno playerón que echó el freno de mano en la misma melé con los mozos de recibo y se volvió sobre sus pies. Los pastores ayudaron a ello. El varazo a destiempo le obligó a buscarse las vueltas, y también la huida. Y tras la imagen insólita, Iruña entro en pánico. Ante la duda, y con el toro rebañando talanqueras, portón de Santo Domingo abierto y fin al problema. El encierro, diezmado. Una baja por insumisión. Lo nunca visto. Y en ese corral de dormida quedó castigado hasta que decidieron devolverlo al Gas y embarcarlo como a un toro vulgar para una plaza cualquiera. Sin la loa del encierro pese a haber pisado la calle. Pecado mortal en la Meca.

El combate entre los Escolares y Pamplona no murió con el pañuelo verde presidencial, y eso que Iruña trató de ondear la bandera blanca. Pero ya era imposible. Esa salida refrenada tuvo otro actor principal: Señorón II. Cuatro cornadas, su particular firma. En el mismo momento en el que su hermano decidió no seguir avanzando, este toro, veleto y cariavacado, metió riñón y emprendió viaje en solitario. El toro suelto en toda regla. De principio a fin. Lo primero que hizo fue arrollar y dejar el primer herido de consideración en este indomable encierro de Escolar. De ahí en adelante, una carrera de pavor con el instinto del animal a flor de piel. A las puertas de finalizar su duro trasiego se cogió con papel de fumar la parábola de la masificación y bañó sus dos pitones en sangre: dos mozos de una tacada. El drama. A ambos los colgó a pulso mientras trataban de librarse de esos puntiagudos pitones que ya le atravesaban por completo el muslo. Los requiebros, a diestro y siniestro, sirvieron para acabar con el cuadro. Entró en la plaza con un andar cansino, que, sin embargó, no fue óbice para que al leve pisotón que buscaba llamar su atención se plantara, echara la cara arriba y demandara guerra. Los dobladores evitaron otra desgracia. 

El resto de los hermanos también tuvieron su protagonismo. Para empezar, ese cárdeno claro de nombre Costurero, voló desde Santo Domingo hasta la Monumental. Se sacudió el polvo una vez dejada atrás la hornacina de San Fermín y ya no lo paró nadie. Ni ese manso que quiso hacerle de tope más que de guía. Mozos al suelo a lo largo y ancho de toda la cuesta. Ya en Mercaderes dejó para el recuerdo otra de esas escenas inverosímiles: el mozo parado, reproduciendo el lance de Don Tancredo, y ese Costurero bordeando aquella estatua de sal. Ni un rasguño. Tras la finta, de bruces contra el panel protector de la curva. Y contra un mozo, al que le pasó toda su amplia cara por la misma barriga. Lo lanzó hacia la Estafeta y lo dejó de pie. La calle ‘estrella’ lo baldó y se vio abocado a acabar el encierro a un trote lento y noblón, al igual que los otros tres toros restantes. Aunque con diferentes matices, el otro Señorón II tuvo su instante de gloria: tras puntear y,  hasta sacar la cara en Santo Domingo, enfiló al mozo despistado en la plaza del Ayuntamiento. La parálisis producida por el miedo le salvó, el mínimo temblor le hubiera crucificado.



viernes, 10 de julio de 2015

Fuenteymbros galopones


Manirrota, de Fuente Ymbro, salva a un mozo al final de la curva de Mercaderes./Foto: Larrión y Pimoulier-DN


Fente Ymbro se cascó en su undécima participación en Pamplona un encierro bizcochón. Puro almíbar. Y para remate en fila india. Más fácil casi imposible. Y desde el comienzo. No hizo falta ni que la curva o el contraluz prepararan la montonera o produjeran el tropezón. Casi por instinto, y tras la melé con los mozos de recibo de Santo Domingo, los toros de Ricardo Gallardo se pusieron en formación de a uno. Y la cuesta no lo desaprovechó. Como si estuvieran en Estafeta: espalda al morro y hacer pantalla, y ya la velocidad y las piernas marcarían cuándo quitarse. Y se quitaron, no voló nadie. Los toritos, recortaditos, bajitos ellos, con sus puntas la mayoría hacia adelante, lanzaron leves punteos a su diestra y ya. Se afligieron y entendieron que lo mejor para su salvaguarda era correr y correr. Y eso hicieron durante dos minutos y 24 segundos.

El primero en tomar esa decisión fue el único toro negro del sexteto, Manirrota, que no le hizo justicia al nombre, por su galopar agalgado. Aprendió su sino en el encierro pegadito al costado izquierdo de un manso en Santo Domingo y emprendió aventura en solitario nada más llanear la carrera en la plaza del Ayuntamiento. Pasó como un rayo por Mercaderes y llegó la curva. La trazó en diagonal y fue a dar contra el primer portal de la estafeta. Pero no chocó. Ni siquiera rozó a un, suponemos, mozo mexicano. Ni un rasguño. Echó el freno de mano, cerró los ojos y bizqueó del diestro para no ver sus 550 kilos empotrados contra una pared, y con un hombre en medio. Superado el entuerto siguió la carrera. Los manos comenzaron a azuzarle en los cuartos traseros a modo de fusta hasta que la mano de otro mozo con todo su corpachón a cuestas se le abalanzaron sobre el pitón zurdo. Cayó como una mosca. Sus hermanos no, pero todos tropezaron. Palizón al comienzo de la Estafeta. Se levantó sin ni siquiera mirar y siguió corriendo.

La mala pata de ese veleto Manirrota, le entregó a dos de los castaños del encierro, Valdivia y Hostelero, la manija de una carrera que no iba a cambiar mucho. Unos por otro. Y por detrás, también lo mismo, eso sí,  siempre de uno en uno. Avanzaron sin hacer un feo, siempre buscando el fin del encierro. Ese tran tran a sus muchos kilómetros por hora hizo que brotaran las carreras largas, pegadas al pitón, con esa antiestética forma de controlar al animal levantando la cabeza y mirando el pescuezo del toro por el rabillo del ojo. También las hubo cortas, y hasta necias. Y otra vez, ya en Telefónica y el Callejón, el final cruel: manos en los lomos, en los costados, en el morrillo y también en los pitones. La carrera galopona como respuesta.  En los seis.