Arnedo tiene
veinte valientes que se atreven a jugársela con ganado “de corro”. La ciudad
del calzado exige que estén bien formados -en espacios y terrenos- para después
enfrentarse a capones y vacas, de altura. De alzada asombrosa para un charro
que pisa de manera circunstancial La Rioja.
Sorprendió ver
vacas con motor, y capones con nobleza –el único contacto que por tierras de
Miróbriga hemos tenido con ese tipo de ganado fue de la mano de los hermanos
Caminero, quienes trataron como mansos a viles raspas navarras-. La lluvia no
les molestó, corrieron, galoparon, trotaron, apretaron y derrocharon
espectáculo. No solo por el juego, sino por la presencia descomunal; ver pasar
a dos metros a un colorao de pitones bastos, desproporcionados,
-descomunales-, asusta y mucho.
Con las pupilas
aún dilatas se acercó un paisano a contarnos la pena que le daba no poder ver a
sus muchachos, a los recortadores de Arnedo, en acción. Uno, paleto donde los
haya, se atrevió a decirle que el suelo mojado frenaba el ímpetu del ganado.
¡Ja! El hombre sabía bien lo que decía.
No volví a
cruzármelo por el camino, pero sirvan estas líneas para agradecer que me
obligara a ir a la plaza. Ahí sí, con arena y querencias asimiladas, los veinte
valientes expusieron su cuerpo para luchar por colocar una anilla, y recoger el
aplauso de un público que va a ver a la vaca –no a ellos-. Emotivo para uno que
se mueve sobre todo por Castilla y Extremadura, donde el respeto y la traición a la condición
del toro son elementos del pasado.
Pasado reciente
si lo comparamos con lo que vino después. Acabó la cuarta vaca y el Arnedo
Arena se derrumbó. Se vino abajo
buscando albero. Allí estaban ellos: los niños–a los que no habíamos
atisbado en las tres horas de festejos-. Se lanzaron de cabeza para pegarle un
capotazo, quiebro o corte a los añojos. Nostalgia del pasado… Pelos de punta
para los que recordamos esas sueltas para principiantes como parte de nuestros
comienzos.
Visto eso,
Arendo lo hace -y bien-. Lucha por dar vida al festejo taurino con noveles. Si
famoso son sus Zapatos (de plata y oro), no puede quedar atrás su afán porque
todos y cada uno de los niños que allí se crían sepan y se relacionen con el
toro. Buscan generar madera, tener sabía nueva que los lleve a honrar la
tradición de su villa. ¡Larga vida a sus costumbres!
Texto:
Iván Ramajo
Fotos:
Iván Ramajo y Rodrigo Montero
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