sábado, 9 de julio de 2016

Escolar agranda su leyenda en Santo Domingo

'Cuentacuentos', de Escolar, arremte contra un mozo en Santo Domingo./Foto: DN
@ivanmirobriga

José Escolar agrandó su leyenda en Santo Domingo. De Curioso I a Cuentacuentos. Dos toros indómitos en dos encierros. Pleno. La misma escena: el toro abierto por el costado izquierdo de la manda, las dudas... y la fiera a cavilar: el gesto torcido hasta alcanzar el vallado ciego. Ahí, este Cuentacuentos [39, negro entrepelado] ya tenía claro que su viaje había tocado a su fin, una cámara de fotos fue el leitmotiv. El toro se paró en seco y se volvió sobre sus pies. A Santo Domingo se le escapó el aire. Los mozos se descompusieron: no sabían si reír o llorar. De hecho, fruto del pánico, no acertaban ni a saltar la barrera ni a lanzarse a rodar por los suelos en busca de huida. Y el toro a 20 metros girando como una peonza: la querencia no le llamaba. Y eso evitó que el protocolo instaurado con el ya celebre Curioso se volviera a repetir. El corral de Santo Domingo permanecía abierto... pero Cuentacuentos ya había formado un círculo de defensa. La única solución que quedaba, por tanto, era tratar que los mansos escoba acabaran con el cuadro. Lo lograron. Ahora bien, hiriendo en el orgullo al tal Cuentacuentos: siguió con recelo la estela de los bueyes a su ritmo y forma, es decir, lanzando derrotes y cazando cuando tuvo la presa a tiro: estrelló al mozo contra las defensas casi a la altura del Ayuntamiento, y rebañó hasta que hizo carne; prendió el mozo y lo lanzó por los aires del mismo modo que lo hubiera hecho una catapulta; le volvió a marcar las dagas ya en el suelo y con los huesos molidos tras la tremenda caída a plomo. El toro perdió el celo y continuó su camino. El aura del miedo, también.

La salida del encierro de corrales ya había sido rara. Ese manso que tiene encargada la misión de pisar el primero la calle quedó descompuesto por el brazo de un espectador aleteando imprudente y a destiempo; hizo una paradinha y luego decidió cruzar el umbral a pesar de los miedos. La corrida -un calco en hechuras: todos los toros veletos y cárdenos, sin excesivo aparato pero sí tremendamente astifinos- le siguió sin rechistar, hasta que Cuentacuentos decidió poner fin a su trayecto. La entrada del toro indómito en la Plaza del Ayuntamiento apuntó a tragedia: se pegó al vallado izquierdo y apuntó sin disparar a todos los mozos que estrechaban sus cuerpos contra los maderos. El contraluz dejó KO al toro. Le cambió el carácter; se podría decir que quedó domado. Los mozos se le ponían a tiro y él ya solo tenía ojos para seguir el contoneo cansino de los mansos. Los alcanzó en la curva de la Estafeta y, para su desgracia, los dejó atrás después de correr 200 metros en paralelo.

Cuentacuentos metió riñones y emprendió la huida hacia adelante, entregando la cuchara y regalando un tranco para perpetrar carreras de ensueño. Solo lo fueron las primeras, luego, a los pocos segundos, sufrió una auténtica crucifixión: los mozos tentaron la suerte y como salió cara le perdieron el respeto. La testuz se le llenó de manos y periódicos; el procedimiento fue el mismo con su frondoso y repleto lomo. Y en la Telefónica le tocó el turno a los pitones y hasta la penca del rabo. De hecho, llevar la cola de la mano ahora debe ser motivo de orgullo y hasta de premio. Si no, es inexplicable que el mozo de sombrero de ala corta celebrara al entrar en la Monumental su hazaña como si se tratara del mismísimo gol de Iniesta en la final de Sudáfrica...Todo un poltergeist.

A Cuentacuentos se le hizo la luz al pisar el albero. Perdonó el conato de montonera que se formó a su entrada y, luego, el capote del doblador jugó un papel fundamental. El toro había recuperado la entereza y amenazó con rebrincarse. Tal y como había hecho Chulon II en ese mismo escenario minutos antes. Barbeó las tablas desesperado en busca de presa. La carrera que había hecho su hermano y los otros cuatro toros restantes fue otra historia bien distinta. La filia india dejó a la Estafeta con el molde e irascible. Menos ofuscados se mostraron los mozos del resto de tramos, simplemente supieron aceptar el estilo de correr de los toros de Escolar: testuz contra culata y a la retaguardia de los mansos. Eso sí, cuando hubo que lanzar derrotes, lo hicieron. Sobre todo en Mercaderes y al trazar la curva con la Estafeta, donde la montonera de toros no cambió el sino del encierro. Ya lo había hecho antes, en Santo Domingo; dónde si no. 
 

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