José Escolar le ha metido un mandoble de aúpa a Pamplona. Un
KO en toda regla. Un derechazo duro y
directo a la boca del estómago en poco menos de tres minutos y el día de su
debut. Una vuelta en toda regla a este calcetín llamado encierro. El gran
protagonista, Curioso, un cárdeno playerón que echó el freno de mano en la misma melé
con los mozos de recibo y se volvió sobre sus pies. Los pastores ayudaron a
ello. El varazo a destiempo le obligó a buscarse las vueltas, y también la huida. Y tras la
imagen insólita, Iruña entro en pánico. Ante la duda, y con el toro rebañando
talanqueras, portón de Santo Domingo abierto y fin al problema. El encierro,
diezmado. Una baja por insumisión. Lo nunca visto. Y en ese corral de dormida
quedó castigado hasta que decidieron devolverlo al Gas y embarcarlo como a un
toro vulgar para una plaza cualquiera. Sin la loa del encierro pese a haber pisado la calle. Pecado mortal en la Meca.
El combate entre los Escolares
y Pamplona no murió con el pañuelo verde presidencial, y eso que Iruña trató de
ondear la bandera blanca. Pero ya era imposible. Esa salida refrenada tuvo otro
actor principal: Señorón II. Cuatro
cornadas, su particular firma. En el mismo momento en el que su hermano decidió no
seguir avanzando, este toro, veleto y cariavacado, metió riñón y emprendió viaje en
solitario. El toro suelto en toda regla. De principio a fin. Lo primero que
hizo fue arrollar y dejar el primer herido de consideración en este indomable
encierro de Escolar. De ahí en adelante, una carrera de pavor con el instinto
del animal a flor de piel. A las puertas de finalizar su duro trasiego se cogió
con papel de fumar la parábola de la masificación y bañó sus dos pitones en
sangre: dos mozos de una tacada. El drama. A ambos los colgó a pulso mientras
trataban de librarse de esos puntiagudos pitones que ya le atravesaban por completo el muslo. Los requiebros, a diestro y siniestro, sirvieron para
acabar con el cuadro. Entró en la plaza con un andar cansino, que, sin embargó,
no fue óbice para que al leve pisotón que buscaba llamar su atención se plantara, echara la cara arriba y demandara guerra. Los dobladores evitaron otra desgracia.
El resto de los hermanos también tuvieron su protagonismo. Para
empezar, ese cárdeno claro de nombre Costurero,
voló desde Santo Domingo hasta la Monumental. Se sacudió el polvo una vez dejada
atrás la hornacina de San Fermín y ya no lo paró nadie. Ni ese manso que quiso
hacerle de tope más que de guía. Mozos al suelo a lo largo y ancho de toda la
cuesta. Ya en Mercaderes dejó para el recuerdo otra de esas escenas
inverosímiles: el mozo parado, reproduciendo el lance de Don Tancredo, y ese Costurero
bordeando aquella estatua de sal. Ni un rasguño. Tras la finta, de bruces contra el panel
protector de la curva. Y contra un mozo, al que le pasó toda su amplia cara por
la misma barriga. Lo lanzó hacia la Estafeta y lo dejó de pie. La calle ‘estrella’
lo baldó y se vio abocado a acabar el encierro a un trote lento y noblón, al igual que los otros tres toros restantes. Aunque con diferentes matices, el otro Señorón II tuvo su instante de gloria: tras
puntear y, hasta sacar la cara en Santo
Domingo, enfiló al mozo despistado en la plaza del Ayuntamiento. La parálisis
producida por el miedo le salvó, el mínimo temblor le hubiera crucificado.
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