Los toros de Victoriano del Río trazando la curva de Mercaderes con Estafeta./Foto: J.A.Goñi-DN |
@ivanmirobriga
Victoriano –del Río, se entiende– se ha puesto en disposición de repetir el descomunal éxito de los sanfermines pasados. El Carriquiri y Feria del Toro de una tacada. El ‘doblete’. Un encierro de impresión, nuevamente, lanza al sexteto de torones, dos de ellos con trazas de cebús del Senegal: el castaño Filibustero y el colorado Jinetero, hacia la cumbre. La emoción como señal inequívoca del triunfo. Desde que se abrió el portón de Santo Domingo hasta los mismitos corrales de la Monumental.
Dos nombres por encima del rocoso sexteto: Jubilado y Enamorado. El primero, un señor con barba, se ha metido de lleno en el ranking de toros
destacados en escasos 300 metros. Fue pasar la hornacina de San Fermín y echar
la cara abajo, a ras de suelo, meter riñones y ponerse en cabeza. Con metros de
distancia. Hasta diez. Ese feúco Filibustero
trató de seguir su estela y no lo consiguió. Imposible. Cuando quiso
reaccionar, el negro axiblanco ya era el dueño de la situación. Un Ave que
coronó la cuesta con un pitonazo duro y seco en la espalda de un mozo. La
camisa echa girones tras el encuentro. Siguió firme. Férreo. Y cuando tuvo ocasión,
ya en Mercaderes, lanzó una segunda
cornada que tampoco hizo carne. De milagro. Eso sí, empotró sus dos pitonazos
en la mismita pared tras querer ensañarse con una indefensa montonera. De verlo
tan claro perdió los pies. Se levantó orientado y solo la llegada in extremis
de la manada evitó un mal mayor: el toro suelto.
Aún le quedaba un tramo de gloria a ese Jubilado. Le cayó en el mismo hocico un periódico volandero y lo
desarmó. Y también a la fila de espectadores que pretendía seguir el encierro a
pie de calle. De nuevo esa tremenda cara llenándose a placer de mozos. Y otro tropezón. Fin de su historia para mayor gloría de Enamorado, que como si de una carrera de medio fondo se tratara vio
la ocasión en el traspié de su hermano de hacerse con las riendas de
la carrera y esprintó, para regocijo al fin de la Estafeta. La belleza de la
carrera con el toro engallado, con la cara puesta arriba, sin afligirse, y eso que han dado en llamar el braceo –el triste codazo– alrededor. Y así
desde la bajada de Javier hasta los corrales.
Afeó la estampa más pura vista hasta el momento en estos sanfermines el ansía de sobresalir cuando las cuentas no salen. Llegó el mozo mal colocado en la carrera con toda su desvergüenza a cuestas y se colgó del pitón zurdo en el mismito callejón. Aguantó siete metros, los que tardó la velocidad del toro en zarandearlo y hacer justicia echándoselo a los pies. Le pasó, además, toda la manada por encima, provocando, eso sí, el tropezón. Filibustero al suelo, y el resto dando brincos para no caer. El semiuro se levantó sin renquear, y cerró, así, con honra, este segundo encierro en la cumbre de Victoriano del Río.
Afeó la estampa más pura vista hasta el momento en estos sanfermines el ansía de sobresalir cuando las cuentas no salen. Llegó el mozo mal colocado en la carrera con toda su desvergüenza a cuestas y se colgó del pitón zurdo en el mismito callejón. Aguantó siete metros, los que tardó la velocidad del toro en zarandearlo y hacer justicia echándoselo a los pies. Le pasó, además, toda la manada por encima, provocando, eso sí, el tropezón. Filibustero al suelo, y el resto dando brincos para no caer. El semiuro se levantó sin renquear, y cerró, así, con honra, este segundo encierro en la cumbre de Victoriano del Río.
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