miércoles, 8 de julio de 2015

Joselitos acabestrados

Los toros del Tajo y la Reina avanzan arropados por los mansos por la Estafeta./Foto: Rudy

A menos cinco. A menos tres. A menos uno. Por triplicado: “¡A San Fermín pedimos / por ser nuestro patrón / nos guíe en el encierro / dándonos su bendición!” [y bis en vascuence], suplicaron a coro, y de manera vigorosa, cientos de mozos a las puertas de enfrentarse a la nada, por aquello del debut: seis toros de Joselito más bien feúcos pero reunidos.

Al Santo gracias, el mantra funcionó. Un alivio. Aunque viendo cómo se desarrolló este segundo encierro del San Fermín 2015, más bien pareciera que esa estrofa la hubieran cantado los toros: “Nos guíe en el encierro, nos dé su bendición”. Dicho y hecho. Por arte de birlibirloque los compañeros de dormida se le transmutaron a los cuatro Tajos y a los dos Reina en Lázaro de Tormes, al menos durante dos minutos y trece segundos. Estos bueyes de Pamplona, que solo saben correr y correr, pero  sobre todo correr agrupaditos, abdujeron a los seis bravos. Se puede decir que quedaron acabestrados. Ni una mala mirada. Ni un leve punteo. Nada.

Llegó a tal extremo la mimetización, que ese descarado y astifino Alabastro quiso ser más que los propios mansos y encabezó la reunida manada desde la plaza del Ayuntamiento hasta la curva de Mercaderes, como mostrando las dos razones de peso por las que Joselito le ‘perdonaba’ a Pamplona aquel melonazo veintisiete años después menos un día. Nada más lejos de la realidad. Cualquier comparación entre ese toro y el resto resultó imposible. Ni por hechuras ni por comportamiento. Sus cinco hermanos, lejos de querer galopar o arrollar con el pecho y las manos, tan solo buscaron estrechar sus recortados cuerpos los unos contra los otros, en busca de refugio. Y claro, así fue imposible cualquier atisbo de poner la espalda en el morro a modo de pantalla, que es como se corre en Pamplona. El pasillo central de la Estafeta lo fue este miércoles más que nunca. Toros y mansos, a la par, por el mismito medio y los mozos a los costados, viéndolos pasar.

El conato de montonera en la curva fue un puedo y no quiero. Toro para adelante, metiendo riñones, en busca de reengancharse a la manada. Tardó un suspiro en alcanzar a la mole de hermanos y cabestros. La llegada a la plaza no fue diferente. Los mozos cayeron como peonzas al paso de ese Alabastro, empeñadito en ser más que los propios bueyes, y el castaño Musulmán, que  puso la rúbrica al debut ganadero de Joselito en Pamplona con una fea coz.



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