A los Miura, después de casi 60 encierros, no le hacen falta
cabestros en Pamplona. Ellos solos, ya casi, y como si fuera por pura carga
genética, se encargan de cuidarse por las calles de la capital navarra. Algunas, pocas, se
toman la justicia por su mano y en solitario –los célebres Olivito y Ermitaño, son
ejemplos de ello–, y otras, la inmensa mayoría, lo hacen juntitos, los seis de
una tacada y a galope tendido. Pero nunca como este martes del San Fermín 2015, que siendo un encierro con alma boyanquil, se ha colado por mor de la velocidad en el
cuadro de honor pamplonés. Dos minutos cinco segundos. Auténticas motos GP.
El récord de la velocidad no se establece en Pamplona hasta
que el último toro cruza el portón de corrales. El encargado de rubricar la
tremenda carrera fue el cárdeno girón de nombre Flamenquillo, el último de los 48 bureles, menos uno, que han pisado la
Monumental durante estos encierros sanfermineros.
Tres trancos por delante, Almendrero
y Sobervio comandaron una manada
extraordinariamente compacta. Entre medias, Rayito,
que le da nombre a esta fugaz 59 carrera de Miura en Iruña, y que, precisamente,
por avanzar en el mismo centro de la torada, ha marcado el promedio de
velocidad.
La yunta que abrió calle, de tonelada y ciento noventa kilos,
arrolló desde el principio de la Estafeta y sobre todo al fin. Ya en
Telefónica, Sobervio se abrió hacia
el vallado izquierdo y levantó por los aires, sin descolgar la cara, al mozo
lento. Nunca tan tremendo empujón propinado casi en el omoplato provocó semejante vuelo. Hubo miedo. Pero nada más lejos
de la realidad, el torón solo quería avanzar. Y lo hizo. Se abrió paso sin estridencias.
Sin ni siquiera meter los riñones. A su ritmo disolvió la montonera en la que
se había metido.
Se apretaron, como no lo hicieron en la cuesta de Santo
Domingo –a la que dejaron en con el molde en contados 40 segundos–, para
atravesar un callejón atestado al que barrieron. Tras lanzar rodando mozos
a mitad del albero de la Monumental, cortaron la cinta al mismo tran tran al que había corrido los otros
840 metros. El alcalde Asiron les colgó la medalla de oro. Y no solo a la
velocidad, sino también a la concordia, y hasta a la paz. Pese a ser seis Aves, a penas dejaron
un par de rasguños. Y, por ende, le dieron cuajo a esa “riesgo inasumible” que entonó el edil, como si nada, tras el cuadro que le montaron a Pamplona los Escolares. Por sus palabras, debió gozar
este cierre de unos sanfermines que han enterrado al toro suelto, y que, hablando de velocidad, no han
sobrepasado los tres minutos.
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