Con el cielo encapotado y el cartel de “no hay billetes” en
talanqueras y recorrido, comenzaron los encierros en la Ciudad del Caballero. Olmedo
ha dado el pistoletazo de salida a sus fiestas con un encierro largo pero
completo en el que los cinco novillos fueron encerrados en el amurallado coso
taurino.
A las cinco de la tarde, las puertas de los corrales
campestres de Olmedo se abrían para dar suelta a los terciados novillos de Lora
Sangran. Salida tranquila y controlada por parte de la caballería que desde el
primer minuto controló perfectamente la manada.
Al paso por el cruce de la carretera y debido a lo estrecho
del tramo y la cantidad de gente congregada, se le imprimió mayor ritmo a la
torada que libró compacta uno de los momentos delicados del encierro.
A partir de este punto, el éxito del festejo se mascaba en
el ambiente del embudo que veía la manda
dirigirse a la localidad arropada por un mar de caballos.
Apenas tardaron unos segundos los caballistas en plantarse
en lo alto del embudo y abrirse para dejar paso a la manada que disgregada fue
entrando a las calles.
Acusaron el esfuerzo
los de Lora Sangran que con ritmo lento fueron avanzando entre los corredores. Distancias
cortas, atropellando la razón por momentos y mucha pelea por coger toro,
excesiva e innecesaria en muchos casos para los que creemos que en un encierro
no vale todo y vamos a disfrutar y no a pegarse ni empujarse. Delante del toro
el respeto por el compañero es primordial y lamentablemente el ansia lo está
echando a perder, viéndolo ya como algo normal…
Mientras tres de los bravos avanzaban en carrera hasta la
plaza, dos de sus hermanos plantaban cara a mozos y caballistas en calle y
campo respectivamente. Para no faltar a la verdad, el rezagado de las calles
hubiese seguido en carrera de no ser por los participantes que se dedican a
cortar el toro en sentido contrario, agarrándole incluso de los pitones durante
las rodadas en actitud totalmente fuera de lugar. Finalmente los corredores de
verdad pudieron encauzar al animal hasta la plaza.
El quinto de Lora Sangran seguía en el campo mientras los
tendidos de la plaza se abarrotaban de público para presenciar la capea. Cuando
todo el mundo pensaba que el novillo sería anestesiado, apareció camino del
ruedo guiado por un grupo de mozos que venían tirando de él desde la zona del embudo.
Con los cinco novillos enchiquerados, comenzó la capea. Los
tendidos se quedaron pequeños para albergar a tanta gente como quería acceder a
la plaza, teniéndose muchos que dar la vuelta sin ver el espectáculo. Para
tranquilidad de estos, decir que no se perdieron nada ya que la marea de
cortadores que poblaba el ruedo se merendó los novillos nada más salir.
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