miércoles, 28 de agosto de 2013

El Centenariazo


Iván Ramajo

El centenariazo, ese término peyorativo empleado por futboleros, es la nueva coletilla que los aficionados utilizan para referiste a Fuenteguinaldo y a sus encierros. Una pena. En tan evocadora fecha Madrid, Barça y Atlético salieron humillados y con la cara colorada, lo mismo que desde el año pasado le sucede a unos encierros que siguen luchando por conseguir el apellido de tradicional. 

La recreación empecinada del bicentenario, las restricciones y la soberbia han sido base de las carreras del 2013. Carreras, que no encierros, porque la tradición que se defiende no puede ser compatible con la falta de temple con la que los utreros han llegado al pueblo. Desbocados, con la cara suelta y sin garrocha que guiara a mansos y bravos desde la cruz de Villa hasta la plaza. Consecuencia ésta, de la decisión de marcar un área “conflictiva”; como si el problema para el encierro fueran los espectadores y no los toros… cosas que parecen sacadas del año 36.

Medidas desaprobadas hasta por los propios guinaldeses, que no dudaron en increpar a los lanceros, herederos del bandolero Julián Sánchez, cuando se dieron cuenta de que el toro más agresivo del festejo, que llaman “puro y tradicional”, se había quedado en el guardao. Ante ese “despiste” en el común del pueblo, los paisanos no dudaron en increpar a los caballistas por la cesión de su amor propio y arrestos –eso que nunca falló en Guinaldo– en favor del encierro milimetrado, sin sobresaltos y carente de emoción. Precisión suiza que no está acorde a un festejo lúdico, y menos taurino, en el siglo XXI.

Tan falto de sentido todo, que los enamorados del pueblo y del encierro (que no dudan en hacer kilómetros por ver esa estampa única) han sucumbido a la comodidad, refugiándose en festejos cercanos a su localidad. Su dolor es el mismo que el de los paisanos que se encontraban bloqueados por una barrera de gendarmes carente de sin sentido para un encierro vallado, sin la tensión que tienen los que conducen toros a campo abierto. Y eso, para los que regresaron tras años de ausencia a la calle El Cristo ha sido un shock. Ni entienden ni comprenden el porqué de unas trabas a un festejo que funcionaba solo. Un galimatías que no ayuda y sí perjudica.

Es verdad que la economía y la falta de respeto al toro han obligado a cambiar el modelo. Pese a ello, el fuerte de Guinaldo, el encierro, ha seguido manteniendo el interés hasta que los mandados, hombres-portera, han apuntillado a unas fiestas que perdieron su fuerza el día que murieron las capeas de maletillas, los desencierros matinales y las novilladas. Todo cayó, salvo una recreación histórica que solo pueden apreciar los hombres a caballo, cuando en realidad los que los únicos autorizados para hablar bien del festejo son los forasteros que deciden hacerse el viaje… y que al final acaban pintado la cara al pueblo. Puro centenariazo.
Sin variedad ni emoción, Guinaldo está hoy más lejos de conseguir el sobrenombre que la afición al festejo popular ansía recuperar: tradición. Y todo, por creer en la necesidad de disfrazar un festejo que no necesita de ello.

PD: La Feria de San Bartolomé está tan a la deriva que el responsable de tal desbarajuste, haciendo gala de espíritu sanjurjista, fue capaz de increpar a la persona  que más ha luchado
por conseguir que los encierros de Fuenteguinaldo consigan la esperada mención. Una desfachatez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario