jueves, 6 de julio de 2017

San Fermín 2017: encierro, posverdad

Un mozo, atrapado entre Miuras en la curva de Mercaderes.

San Fermín ya tiene su posverdad. No ha llegado de repente; lo cierto es que iba y venía. Escudriñaba, analizaba… Algún día [los menos] saltaba la barrera. Pero ya no, la posverdad está asentada en Pamplona. El chupinazo le da categoría de oficial. La Mesa del Encierro y su trágala. Datos: “Un veinte por ciento de los corredores extranjeros son americanos”, nadie mejor que ellos: Trump. El Brexit –con un tres por ciento de bullrunners británicos– consolida el cambio de dimensión. Bilbao [la exageración] se venía adueñando de San Fermín: “Más toro, más cara, más, más, más…”, pero ya no. La realidad traiciona: “En cinco años hay un veinte por ciento menos de corredores”, se apunta como parapeto. La masificación se desagua: todos los tramos, menos la Estafeta, se descongestionan. El análisis, sin embargo, avanza y se topa con un frontón. Vinagre: “Un 45 de los corredores son extranjeros, un 14 por ciento de Navarra y el 37 del resto de España”. No comment.  La distancia entre corredores “expertos” [según la catalogación oficial], y los “inexpertos” es una falla tectónica: 26 de los primeros y 46 de los segundos. El cisma, inevitablemente.

Un pastor alza la voz en mitad de la Mesa del Encierro: “La línea que suplió a la barrera policial no funciona”. La posverdad suma más aristas. El 7 del 7 del 2014, grabado a fuego. Las señales de tráfico pasan a dominar la escena: la peatonalización del encierro. Doping para combate cuerpo a cuerpo. “Es que tardan mucho en entrar en contacto con la gente…”. Al toro le da tiempo a cavilar. ‘Curioso I’, de José Escolar, se esculpió en bronce en la mismísima hornacina del santo [11 del 11 de 2015]: vuelta sobre sus pasos. El encierro, descompuesto. De manera literal. Los portones abiertos: y, al final, tan solo cinco toros. “Un riesgo inasumible…”, todavía retumban las palabas del alcalde Asirón. El horario de acceso al recorrido hace más grande el agujero negro: 7:15. La noche y el día, más juntos. Polos opuestos que se atraen. El reloj aprieta: timming televisivo. La escaleta manda, y oprime hasta la asfixia. La posverdad habita en los 849 metros del encierro. No hay más.

Frente a ello, la Casa de Misericordia. “Toros excelentes de presentación y sin arreglo de pitones para los toreros valientes que deseen torearlos, y nada más”, es su lema. El espíritu del 59, lo llaman. Fuente Ymbro, Victoriano del Río, Jandilla y Miura [a la cabeza] siempre han estado presentes desde que la posverdad comenzó a merodear por el encierro. La divisa de Zahariche mucho antes. 61 sanfermines: 51 de ellos en la Feria del Toro. Palabras mayores. Las divisas de Ricardo Gallardo y Borja Domecq superan, de largo, la decena de encierros. Núñez del Cuvillo los ronda. José Escolar no falla desde el 2015. Tan solo el hierro salmantino del Puerto de San Lorenzo insufla una bocanada de aire fresco a un San Fermín en sepia: Cebada Gago a punto de ser treintón el 7 de julio. Un “buenosdías” a ritmo de rock: las dentelladas de los pasados sanfermines quedan como último recuerdo. Imborrable, además.

PD: Este San Fermín 2017 este espacio no podrá vivir el encierro desde dentro; saltamos la barrera. Tomamos distancia. Aire. No habrá directo; ojalá podamos llegar al diferido. Las crónicas volverán, seguro.



LOS OCHO ENCIERROS DEL SAN FERMÍN 2017, EN CORTO:

CEBADA GAGO (7 de julio, viernes):
Medina Sidonia (Cádiz) | Núñez, Domecq y Díez y Torrestrella

Participaciones: 28.
Debut en Pamplona: 12 del 7 de 1985 (3 minutos y 10 segundos). Sin heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 10 del 7 de 1998. (2 minutos y 13 segundos).
Encierro más lento: 12 del 7 de 1988. (8 minutos y 08 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 53.
Encierros más peligrosos: 9 del 7 de 1999 (4 minutos y 30 segundos)  y 8 del 7 de 2016 (5 minutos y 46 segundos): en los dos casos, 7 heridos por asta de toro.
Lidiadores: Juan Bautista, Javier Jiménez y Román.


JOSÉ ESCOLAR (8 de julio, sábado):
Lanzahíta (Ávila) | Marqués de Albaserrada


Participaciones: 2.
Debut en Pamplona: 11 del 7 de 2015. Cuatro heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 11 del 7 de 2015. (2 minutos y 44 segundos, la carrera se dio por concluida a los 2 minutos y 44 segundos, con tan solo cinco astados en los corrales de la Monumental; el sexto toro, 'Curioso I', hizo historia al regresar sobre sus pies a la altura de la hornacina de San Fermín, siendo encerrado en los corrales de la Cuesta de Santo Domingo).
Encierro más lento: 9 del 7 de 2016. (4 minutos y 01 segundo).
Total de heridos por asta de toro: 6.
Encierro más peligroso: 11 del 7 de 2015. Cuatro heridos.
Lidiadores: Eugenio de Mora, Pepe Moral y Gonzalo Caballero.


PUERTO DE SAN LORENZO (9 de julio, domingo):
Tamames (Salamanca) | Atanasio Fernández-Lisardo Sánchez

Debutante en Pamplona.













FUENTE YMBRO (10 de julio, lunes):
San José del Valle (Cádiz) | Domecq y Díez

Participaciones: 12.
Debut en Pamplona: 13 del 7 de 2005 (2 minutos y 34 segundos). Sin heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 13 del 7 de 2009. (2 minutos y 23 segundos).
Encierro más lento: 9 del 7 de 2010. (6 minutos y 23 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 5.
Encierro más peligroso: 13 de 7 del 2013. Dos heridos por asta en el histórico 'tapón' en el Callejón de la Monumental.







JANDILLA (11 de julio, martes):
Mérida (Badajoz) | Domecq y Díez


Participaciones: 17.
Debut en Pamplona: 14 del 7 de 1983 (2 minutos y 30 segundos). Sin heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 7 del 7 de 1998 (2 minutos y 19 segundos).
Encierro más lento: 11 del 7 de 2005 (5 minutos y 33 segundos)
Total  de heridos por asta: 30.
Encierro más peligroso: 12 del 7 de 2004: 8 heridos por asta. La carrera duró 3 minutos y 14 segundos.




VICTORIANO DEL RÍO (12 de julio, miércoles):
Guadalix de la Sierra (Madrid) | Domecq y Díez

Participaciones: 7.
Debut en Pamplona: 12 del 7 de 2010 (2 minutos y 17 segundos). Sin heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 10 del 7 de 2016 (2 minutos y 13 segundos).
Encierro más lento: 9 de 7 de 2014 (3 minutos y 23 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 4.
Encierro más peligroso: 9 del 7 de 2014 (3 minutos y 23 segundos). Dos heridos por asta de toro.







  
NÚÑEZ DEL CUVILLO (13 de julio, jueves):
Vejer de la Frontera (Cádiz) | Amalgama de sangres (predominio Domecq)

Participaciones: 7.
Debut en Pamplona: 12 del 7 de 1995 (3 minutos y 32 segundos). Un herido por asta de toro.
Encierros más rápidos: 14 del 7 de 2009 y 14 del 7 de 2011 (2 minutos y 21 segundos).
Encierro más lento: 9 de 7 de 2004 (4 minutos y 41 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 8.
Encierro más peligroso: 9 del 7 de 2004. Cuatro heridos por asta de toro.





MIURA (14 de julio, jueves):
Lora del Río (Sevilla) | Miura
Participaciones: 60.
Debut en Pamplona: 1899. 50 encierros desde que la Feria del Toro fue creada en 1959.
Encierro más rápido: 14 del 7 de 2015. (2 minutos y 05 segundos). El encierro más veloz de la historia de San Fermín.
Encierro más lento: 14 del 7 de 1982. (5 minutos y 32 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 16.
Encierro más peligroso: El 12 del 7 de 2009 se registraron cinco heridos por asta de toro en un encierro que duró 5 minutos y en el que el toro Ermitaño pasó a formar parte de la historia del encierro, al igual que Olivito, que el 2014, dejó tres heridos graves.

jueves, 14 de julio de 2016

Miura por los suelos como fin de fiesta

Rayito, de Miura, lanza por los aires a un manso tras una estrepitosa caída./Foto:DN
@ivanmirobriga

Miura rodó por los suelos; como fin de fiesta, además. Los mozos perpetraron, sin querer, toda una encerrona. Y los toros cayeron en la trampa. Antes, sin embargo, las fieras habían sido indulgentes; pues sin haber pisado la calle, los seis toros de Miura demostraron saber de qué iba el encierro. Los sanfermines como una prueba de selección más: sesenta años de la legendaria divisa de Zahariche en Pamplona [50 de ellos en la Feria del Toro]. Una de las dos asas del hierro, se podría decir. Los toros de esta última carrera del 2016, muy de los 80: de sienes amplías, largos; aunque con osamenta del siglo XXI: más cubierta de carnes. Las hechuras del toro que gusta en la vieja Iruña, en definitiva.

Los Miura y los bueyes habían avanzado al mismo son: contoneo izquierda-derecha con el motor de la cadera y fuerza bruta en las manos. Apoyos a plomo. De hecho, según los tramos, comandaron los bueyes la carrera; o no. La salida fue para los cabestros de Chopera. Y la cuesta. Los mansos salieron por delante y los torones de Miura [seis cárdenos y uno colorado] aceptaron su mandato. La manada avanzó estirada desde los corrales. Las fieras se colocaron de dos en dos y a la par y siguieron a los bueyes pacíficos: ni un derrote, ni una mala mirada. Centrados en el galope casi hipnótico de los cabestros. Dos mozos se precipitaron contra el suelo –como preludio de lo que les caería encima después–, la manada le pasó por encima sin darle importancia. Caso omiso. Leve brinco y salvada la primera traba. A los dos jóvenes, eso sí, se les debió hacer eterno.

En la plaza del Ayuntamiento el rol de la carrera comenzó a cambiar. Rayito [el toro colorado, 71] hizo honor a su nombre y buscó con ahínco que el buey que comandaba la carrera le cediera el testigo. Lo consiguió casi al llegar a la curva. El toro obligó al manso, con su amplio costillar, a abrirse hacia el costado izquierdo [o lo que es lo mismo: contra los tableros en chaflán unen Mercaderes y la Estafeta]. Y asaltó la cabeza de carrera. El toro [y el resto de hermanos], pese a coger la curva por dentro, fueron a parar contra la primera fachada que encontraron a su paso al trazar la curva. Y los toros se transmutaron en un buque ‘rompehielo’: la imagen que dejaron a lo largo de la Estafeta fue eso. La manada avanzaba en forma de cuña: con Rayito al frente, amparado por los costados por otro dos Miura; y luego los otros tres toros. Los mozos se esforzaban en alcanzar la cabeza de manada y cuando lo hacían se tenían que retirar a un costado y entonaban el “pobre de mí”.

La Estafeta la atravesaron, con esa zancada de doble tracción, en pocos segundos. Tan sólo en dos ocasiones los mozos cruzaron la línea imaginaria que dibujaban los toros con tan tremendo avanzar. El resultado: un derrote a izquierdas y, poco después, un traspiés de Apeador [8, negro entrepelado]. Se enredó en la camisa de un mozo. La hizo girones. Y se llevó como premio un colgajo del pitonazo diestro. En la Telefónica los toros buscaban un respiro y redujeron una marcha. Los bueyes no lo consintieron y retomaron el control de la carrera. El ritmo de los mozos era mucho menor y la cantidad de atalancados que se apostaban en los laterales se podría describir como infernal. Se amasaba la encerrona. Fruto del tumulto, Rayito resbaló. El manso acabó sobre sus lomos y en un alarde de fortaleza, el toro recuperó la verticalidad con el cabestro a cuestas. La costalada del buey fue de impresión. El golpetazo atronó la bajada al callejón.

Los Miura cobraron por duplicado la clemencia con la que se habían comportado al pisar la Monumental. Los mozos comenzaron a besar el albero y se formó una montonera que los toros, por la inercia de la bajada, no pudieron evitar. Rayito perdió las manos e hincó los pitones en la tierra. Soportó sobre el cuello sus 605 kilos a pulso. Le costó recomponerse del trance. El resto de hermanos doblaron las rodillas o perdieron las manos, pero no llegaron a quedar tendidos a la larga, tal y como estaba el citado toro colorado. Desdelargo, el último Miura, en entrar en la plaza, se encontró con el cuadro sin querer y también acabó por los suelos. Rodando. Los dos animalitos se reincorporaron a la par ya en el descuento. Un mozo atolondrado eligió también ese momento. El pitonazo de Rayito le señaló todo el cuello. Después acabó bajo sus pezuñas.


miércoles, 13 de julio de 2016

Fuerte ejercicio de doma a Cuvillo

Ilustrado, de Cuvillo, arremetiendo contra los mozos en el Ayuntamiento./Foto:DN

@ivanmirobriga

La Estafeta domó a Cuvillo. Los toros salieron en tromba. Fueron duros de pelar en su inicio, y sin embargo, acabaron amansados por las decenas espaldas de mozos que se apostan en el penúltimo tramo del encierro. De salir tras un traspié amenazantes y apuntando con los pitones con cierta dosis de saña, a caer a plomo en la Telefónica sin cruzar la frontera. De hecho, se reincorporaron sin mirarse. Centraditos en avanzar.

El corral de Santo Domingo no era un lodazal. Pues no se habían formado ni charcos tras el segundo aguacero que se asomó a los presentes sanfermines. Pero sí que estaba húmedo, lo justo para que calara en los huesos de los toros de Núñez del Cuvillo. Estaban frescos y agitados. No era para menos. La salida fue en tromba: los seis toros a la par; y los cabestros en la retaguardia azuzando aún más la fuerte carrera de las fieras. Que la barrera de Santo Domingo lleve un puñado años diluida por las rayas disuasorias implica que los toros se zambullan de manera abrupta en la cuesta. Los seis toros ocuparon el ancho. Los afilados y largos pitones rozaban contra las paredes. Ni un resquicio para la huida. Y los mozos que se apostan contra los muros [y se protegen el pecho con los brazos a forma de coraza] tuvieron que salir por patas. El mozo del gorro colorado se vio preso de tan tremendas astas. Y sin embargo, tras seis metros de carrera desesperada, sin saber ni cómo ni por qué, los toros se apelotonaron, la manada se estiró... Y salió indemne. Aún se sigue santiguando. 

Ilustrado [colorado, 15] barrió la cuesta. En un esprint se puso en cabeza del encierro y avasalló a los mozos de Santo Domingo. Se abrían contra las fachadas y los maderos sin solución de continuidad. El toro lanzaba derrotes y miradas desafiantes. Un mozo anglosajón se descubrió antes de que el toro coronara la ascensión en la plaza del Ayuntamiento. El joven, presa del pánico, pasó de estar petrificado a saltar a mitad de la calle y ponerse en el punto de mira del ya citado Ilustrado. No lo perdonó. Lo llevó colgado del brazo casi una veintena de metros y lo lanzó crudamente contra una montonera que se había formado en el vallado diestro. El toro disolvió el tumulto a pitonazos. Metió los riñones con virulencia. Y cribaba mozos. Al final, uno quedó prendido del pitón diestro por el muslo y lo puso en la vía del tren. Asustado [negro listón], que había dado un volatín en plena cuesta, no lo arrolló. Lo tuvo a tiro entre sus pezuñas. El resto de la manada dejó pasar la escena a velocidad de crucero.

Con Ilustrado enfrascado en la montonera de mozos, Jaranero [negro, 78] se puso al frente de la carrera. Con un galope aún más desbocado, pero, al igual que su hermano, dando puntazos a izquierda y derecha. La recortada osamenta del toro, y sus tremendos pitones, fueron a chocar contra el tablero de la curva de la Estafeta. El toro salió del cruento trance con sed de venganza. No lo logró. Aunque sí arqueó el cuello y planeó sobre su pitón diestro marcando la cornada. Se hizo el vacío ante su testa. Tan solo medio centenar de metros. Y comenzó un fuerte ejercicio de doma: los mozos se asomaron a su balcón sin compasión. Y también sin pizca de estética. La carrera a milímetros del filo y midiendo con el rabillo del ojo por encima del hombro le ha ganado la partida a la vía clásica –aquella en la que el mozo le daba un metro de ventaja al animal, se centraba entre los pitones, arqueaba en 90 grados la cadera y, para remate, coronaba su actuación templando la velocidad de la fiera con el periódico acariciando la testuz-.

Fruto de la ceguera que le provocan las decenas de espaldas que se apostan sobre los pitones, los toros de Cuvillo se fueron rectos contra el vallado de la Telefónica. Ya no daban tantarantanes. Jaranero acabó por los suelos y el castaño Bobito [número 8] enredó sus pitones entre las patas de su hermano y se formó todo un lío: el toro dejó atrás el cuello y la cara, mientras los riñones avanzaban... El tal Ilustrado, acompañado de Asustado, y de los mansos entraron en la plaza sin pena ni gloria. Un mozo suicida se cruzó entre los dos toros y reprodujo el lance de Don Tancredo en el mismo centro del platillo de la Monumental. Se libró de la cornada.

martes, 12 de julio de 2016

Banderazo a cuadros para las motos de Victoriano

Eliotropo, de Victoriano del Río, saliendo de la curva de la Estafeta./Foto: DN
@ivanmirobriga

Victoriano se dejó el cetro del encierro –conquistado hace dos cursos y revalidado el pasado– en el corral de Santo Domingo y, por tanto, sucumbió. La velocidad lo marcó todo. Una carrera de auténticas motos GP: gas; freno… Olía a gasoil en la Estafeta. Máquinas de correr; y solo eso. A penas un leve derrote. Y ya. Los toros levantaban las testas en busca de encontrar la bandera a cuadros. De hecho, hasta hacían ‘culebrillas’ con el cuello como si quisieran ver más allá de los riñones de los mozos que trataban de apostarse a ras de testuz.

No hubo semáforo verde. El cohete dejó KO a más de un toro. Nada más echar a volar, las criaturas salieron despavoridas hacia una de las esquinas del corral de Santo Domingo. Los bueyes no le acabaron de dar confianza y se produjo un corte entre mansos y toros. No fue a mayores; se subsanó nada más alcanzar la hornacina del santo. Todos juntos. Reunidos. Tanto, que de un costalazo un toro envió a su hermano contra la pared opuesta al lienzo de muralla donde reposa San Fermín. Se subió a la acera. El toro no lo hizo con saña y buscó de nuevo los costillares del hermano. Tras ese lance, el burraco Eliotropo [25] tomó la manija del encierro y ya no la soltó. Esas trazas desgarbadas [vareado, que se diría en el argot taurino] de atleta marroquí no fallaron. Y calcó una prueba de medio fondo. Con más arte de caballo, que de toro. A penas un derrote seco y hacia el vallado izquierdo al llegar a la plaza del Ayuntamiento; y otro al alcanzar el contraluz de Mercaderes con el pitón contrario. Los dos tornillazos se debieron más a la lentitud de los mozos que revoloteaban en la periferia de la carrera que al ímpetu del toro.

Los pupilos de la familia Del Río llegaron en fila india, y ya dejando a los mansos en la retaguardia del encierro, a la curva con la Estafeta. Eliotropo levantaba las manos casi a medio metro del suelo. La cara también la llevaba por las nubes. No había naturalidad. Fruto de esa crispación, un mozo asiático evitó acabar ensartado en uno de los dos pitonazos que coronaban esa cara bizca pero tremendamente astifina del toro burraco. La pala del pitón zurdo fue a estrellarse contra el cráneo, y el mozo salió lanzado hasta el vallado de la curva. El resto de toros le pasaron por encima, ya que se fueron de bruces contra los maderos. Salieron a trompicones. Y abrieron gas a ritmo de récord. Se pegaron a la fachada izquierda de la Estafeta y esa fue su guía: no se despegaron de ella hasta ya casi el final de la calle. Los mozos que se encontraban apostados en esos portales se precipitaban contra el suelo sin solución de continuidad. El resto, buscaron asomarse a esos balcones incruentos. Y se relamían, además. Pues pese a que todos los toros eran centellas, unos galopaban más deprisa que otros, y así se produjeron cortes y huecos en la manada que hicieron presagiar a los mozos más de una de esas carreras atropelladas que se estilan por la Estafeta.

 Los animalitos movían la testa de izquierda a derecha, con una leve inclinación, y así evitaban los atropellos y rodar por los suelos. Y cuando no lo lograban, con sacudirse los lomos con el rabo o, incluso, con la retaguardia -esto es, a coces- lo tenían todo hecho. Tropezaron otra vez con la misma piedra ya en la Telefónica: fueron a parar contra el vallado diestro. La escena se repitió al milímetro. Los mozos atalancados se llevaron porrazos con las palas de los pitones. Y salvaron el trago. Escudero [castaño claro, número 10] acabó a gatas y evitó el récord de Victoriano del Río, pese a que recuperó la honra y la verticalidad en un visto y no visto. Miura aguantó el oro en velocidad -dos minutos y cuatro segundos- gracias, también, a que Eliotropo entró atolondrado en la plaza. Se movía sin orden ni concierto. Como un pez. Ahora hacia las barreras derechas; ahora hacia la izquierda. Una mirada al tendido... Sus hermanos seguían su estela como lo habían hecho en el encierro sin saber muy bien por qué. Los bueyes ondearon la bandera a cuadros: dos minutos y trece segundos.

lunes, 11 de julio de 2016

Dos Jandilla acaban renqueantes

Decana, de Jandilla, despatarrado en el callejón de la Monumental./Foto: Efe
@ivanmirobriga

Dos Jandilla acabaron renqueantes, literalmente. Rodaron por los suelos cuando el encierro tocaba a su fin y les costó un mundo recuperar la verticalidad. Los mozos se arremolinaron en torno a los pitones y el rabo en busca de que lo hicieran lo antes posible, pero los pupilos de Domecq no encontraban fuerzas para reincorporarse. Las patas, resentidas tras las tremendas costaladas, no encontraban un punto de apoyo fiable. Maneteaban sin concierto. Medio minuto [o más] le costó continuar carrera.

El encierro no transcurrió por esos cauces. De hecho, los toros de Jandilla gozaron de una soberbia fortaleza de patas: se comían le calle a cada tranco. No diferenciaron por tramos. Un infortunado resbalón en la Telefónica propició que Coquinero y Decana [que así se llamaban las criaturas] estrellaran sus huesos contra el suelo. La carrera arrancó atropellada: los toros se arremolinaron en torno al portón de salida y el castaño Lavandera [herrado a fuego con el número 78] se dio de bruces contra el dintel izquierdo. No lo acusó. La torada avanzó reunida y por libre, no quisieron saber nada de los bueyes. Impedida entró en tromba: como un elefante en una cacharrería. Zigzagueó a lo largo de toda la cuesta de Santo Domingo y lanzó derrotes [secos y duros, como no se habían visto en todos los sanfermines] a diestra y siniestra. Primero se pegó al costado zurdo de la calle y luego se cambió de lado. En su caminó le soltó un pitonazo en el omóplato a un mozo y lo dejó KO. Los dos toros negros de la corrida también hicieron de la suyas en plena ascensión.

En la plaza del Ayuntamiento se escuchó un “sálvese quien pueda”. Las seis fieras hicieron una entrada estelar, todos a la par, pero cada uno por su lado. Unos limpiaron el vallado derecho y los otros el izquierdo. Para más inri, lo hicieron a galope tendido. La emoción, a partir de ese lance, cayó en picada. El contraluz volvió a apelotonar a los seis hermanos de Jandilla. Los esqueletos friccionaban unos contra otros mientras avanzaban derechos hacia la curva de la Estafeta. No hubo ni un traspié: libraron perfecto el obstáculo. Eso sí, se pegaron a la primera fachada que encontraron a su paso, se rearmaron de razones para encarar la segunda mitad del encierro. La tremenda velocidad lo marcó todo. De hecho, la Estafeta pareció Santo Domingo. Los mozos se retiraban sin dudar del centro de la calle, pues los toros eran auténticas locomotoras. El AVE en plena velocidad punta.

 Aunque a los mozos se relamían al atisbar en lontananza que los toros se le venían solos [con la compañía de un único manso, para ser más precisos]. Luego se daban de bruces contra la cruda realidad. El ritmo era insoportable. Y, claro, llegaba la frustración… Los toros alcanzaron la Telefónica cuando el reloj no marcaba los dos minutos de festejo. La curva prolongada pero suave que se forma en el último tramo del encierro fue criminal para los toros: los dos ya citados [Coquinero y Decana] acabaron hechos polvo, en ese orden además: la caída del primero propició la del segundo. Y Lavandera  –en femenino, tal y como dicta el acta de desembarque de la Policía Foral – se libró por reflejos. El animal pegó un brinco extraordinario y evitó besar el adoquín. Mientras sus hermanos entraban en los corrales, Coquinero luchaba aún por recuperar la verticalidad. Los mozos no se lo pusieron fácil: casi una veintena se le abalanzaron a lo largo de toda su osamenta; y cada uno hacia la guerra por su cuenta. Unos tiraban del pitón diestro; los otros del zurdo. Otro que se vio sobrado de fuerzas se cogió los dos y hacía palanca con los riñones confiando en enderezar al toro. No fue posible, claro. Los mozos restantes se apoyaban en los lomos y le coleaban sin concierto de izquierda a derecha. Al fin el toro se levantó. Emprendió la carrera rápida sin mirarse. Y se lanzó en un esprint final sorprendente, en el que miraba con el rabillo del ojo lo que se dejaba detrás.

Decana [negro mulato, 43] se reincorporó sin la ayuda de nadie en la Telefónica, pero del lance salió renqueante. A los cien metros sufrió una caída más aparatosa aún. Acabó despatarrado encima de una montonera de mozos en el callejón de acceso a la Monumental. También necesitó de ayuda para ponerse en pie. Tenía los huesos molidos. Y fijación por los vuelos de los capotes de los dobladores. Mala combinación. El peón jugaba con las alturas para evitar que el toro besara por tercera vez el suelo. Lo consiguió, no sin esfuerzo.


domingo, 10 de julio de 2016

Serio estreno de Pedraza: 'in memoriam'

Los toros de Pedraza de Yeltes a su entrada en la Monumental./Foto: Efe
@ivanmirobriga

El previo del cuarto encierro de los presentes sanfermines era un velatorio. Mirar tibiamente a cualquiera de los mozos –los de verdad– minutos antes de enfrentarse a los toros de Pedraza de Yeltes supuso descubrir un rostro desencajado. Se puede decir que roto. Descompuesto, quizá. Los pómulos afilados de la tensión, la tez pálida, los ojos en Babia; como la mente. Todos los sentidos puestos en un rostro y un nombre: Víctor Barrio [torero]: un ángel más desde las 20:25 horas de este fatídico sábado. Y también por las víctimas del Levante y Zamora en pleno festejo popular. Hubo pocas palabras: menos de lo habitual, que normalmente son las estrictamente necesarias. Las que brotaban a cuentagotas en los corrillos hieráticos venían acompañadas de un lamento o un suspiro… Negaciones con la cabeza. Todo giraba en torno al torero caído en Teruel. Pamplona había hecho propia la cornada mortal. No es para menos, junto a dos del encierro se había ido un héroe: vestía de oro. En el recuerdo de esta Pamplona encogida y conmocionada, además, Daniel Jimeno y el toro Capuchino. Siete sanfermines ya…

El cohetazo sonó a una doliente salva: in memoriam, pareció oírse. Y todo lo que sucedió después tuvo su importancia. Los toros avasallaron a los mansos. No dejaron ni un segundo que tomaran la delantera. Brincaron al descubrir bajo sus pies el adoquín; eso les sirvió de impulso a tres de los pupilos de Uranga [Liebrote, Joya y Bello] para hacerse con la manija del encierro. Los primeros mozos de la cuesta de Santo Domingo se apretaron contra el vallado al descubrir al ritmo de locomotoras con el que se les venían encima los torones. Arrollando, literalmente. El mozo que quiso tratar de correr a la distancia inadecuada acabó preso de las amplias testas de los toros de Pedraza de Yeltes. Y después de sus tremendas pezuñas. Cobró una soberana paliza en forma de pisotones. Tras ese lance, Liebrote besó el suelo al lanzarse descaradamente a por otro mozo. Luego, Joya [colorado ojinegro], estrelló contra el adoquín su tremenda osamenta al paso por el Mercado de Santo Domingo. Todo fruto del ímpetu.

Bello se quedó solo al frente del encierro. No por ello la intensidad y la virulencia de la carrera se vieron mermadas. De hecho, nada más coronar la plaza del Ayuntamiento lanzó por los aires a un mozo extranjero tras devorarlo con la misma testuz. Quedó baldado junto al vallado derecho. El tremendo impacto dejó al torón consternado. Le atemperó la velocidad y Joya le dio caza y recuperó la cabeza del encierro. Lo hizo justo antes de llegar a la confluencia de Mercaderes con la Estafeta. La velocidad le mandó derecho contra los maderos que hacen las veces de curva. Y le puso en bandeja a otro mozo inconsciente que se encontraba a medio subir sobre el vallado ciego. El trastazo fue de impresión. Toro y mozo rodaron por los suelos. La configuración del encierro cambió entonces por completo: los bueyes tomaron el mando y los toros avanzaron agrupados y con tranco de AVE por detrás. La carrera tenía ya forma y cuerpo. Era recia. Los toros, que daban la sensación de buques mercantes, tenían tiempo de escrutar lo que sucedía a su alrededor. La prueba fue la de ese Dudalegre [negro] que descolgó la cara a ras de suelo para rebañar al mozo que se encontraba tirado en mitad de la Estafeta. La Telefónica no consiguió tampoco hacerse con la seria carrera de los Pedraza de Yeltes. Liebrote se fijó en el mozo que trataba de plantarse frente a su tremenda testa y no lo perdonó, tal y como siempre sucede. El joven se dio cuenta de que el toro se le abalanzaba sin remedio y trató de esquivar lo que ya era inevitable: que el toro le cogiera. Tuvo suerte. Pues el pitonazo izquierdo le resbaló por la pierna y se estrelló en el escroto sin llegar a desgarrar la carne. La entrada a la plaza fue monumental: la tensión se cortó con un cuchillo. Y los toros cazaron: dos cornadas de una tacada. No perdonaron ni media. La piel de gallina. Un escalofrío en los tendidos.

Entró en el corral de la Monumental Dudalegre tras darse una vuelta al ruedo y la plaza estalló en una atronadora y seca ovación. No venía acompañada del jolgorio habitual. No se celebraba, por tanto, el fin del encierro. Sonaba a tributo por los caídos; o al menos así lo quise entender. Gloria eterna a Víctor Barrio: torero.

sábado, 9 de julio de 2016

Escolar agranda su leyenda en Santo Domingo

'Cuentacuentos', de Escolar, arremte contra un mozo en Santo Domingo./Foto: DN
@ivanmirobriga

José Escolar agrandó su leyenda en Santo Domingo. De Curioso I a Cuentacuentos. Dos toros indómitos en dos encierros. Pleno. La misma escena: el toro abierto por el costado izquierdo de la manda, las dudas... y la fiera a cavilar: el gesto torcido hasta alcanzar el vallado ciego. Ahí, este Cuentacuentos [39, negro entrepelado] ya tenía claro que su viaje había tocado a su fin, una cámara de fotos fue el leitmotiv. El toro se paró en seco y se volvió sobre sus pies. A Santo Domingo se le escapó el aire. Los mozos se descompusieron: no sabían si reír o llorar. De hecho, fruto del pánico, no acertaban ni a saltar la barrera ni a lanzarse a rodar por los suelos en busca de huida. Y el toro a 20 metros girando como una peonza: la querencia no le llamaba. Y eso evitó que el protocolo instaurado con el ya celebre Curioso se volviera a repetir. El corral de Santo Domingo permanecía abierto... pero Cuentacuentos ya había formado un círculo de defensa. La única solución que quedaba, por tanto, era tratar que los mansos escoba acabaran con el cuadro. Lo lograron. Ahora bien, hiriendo en el orgullo al tal Cuentacuentos: siguió con recelo la estela de los bueyes a su ritmo y forma, es decir, lanzando derrotes y cazando cuando tuvo la presa a tiro: estrelló al mozo contra las defensas casi a la altura del Ayuntamiento, y rebañó hasta que hizo carne; prendió el mozo y lo lanzó por los aires del mismo modo que lo hubiera hecho una catapulta; le volvió a marcar las dagas ya en el suelo y con los huesos molidos tras la tremenda caída a plomo. El toro perdió el celo y continuó su camino. El aura del miedo, también.

La salida del encierro de corrales ya había sido rara. Ese manso que tiene encargada la misión de pisar el primero la calle quedó descompuesto por el brazo de un espectador aleteando imprudente y a destiempo; hizo una paradinha y luego decidió cruzar el umbral a pesar de los miedos. La corrida -un calco en hechuras: todos los toros veletos y cárdenos, sin excesivo aparato pero sí tremendamente astifinos- le siguió sin rechistar, hasta que Cuentacuentos decidió poner fin a su trayecto. La entrada del toro indómito en la Plaza del Ayuntamiento apuntó a tragedia: se pegó al vallado izquierdo y apuntó sin disparar a todos los mozos que estrechaban sus cuerpos contra los maderos. El contraluz dejó KO al toro. Le cambió el carácter; se podría decir que quedó domado. Los mozos se le ponían a tiro y él ya solo tenía ojos para seguir el contoneo cansino de los mansos. Los alcanzó en la curva de la Estafeta y, para su desgracia, los dejó atrás después de correr 200 metros en paralelo.

Cuentacuentos metió riñones y emprendió la huida hacia adelante, entregando la cuchara y regalando un tranco para perpetrar carreras de ensueño. Solo lo fueron las primeras, luego, a los pocos segundos, sufrió una auténtica crucifixión: los mozos tentaron la suerte y como salió cara le perdieron el respeto. La testuz se le llenó de manos y periódicos; el procedimiento fue el mismo con su frondoso y repleto lomo. Y en la Telefónica le tocó el turno a los pitones y hasta la penca del rabo. De hecho, llevar la cola de la mano ahora debe ser motivo de orgullo y hasta de premio. Si no, es inexplicable que el mozo de sombrero de ala corta celebrara al entrar en la Monumental su hazaña como si se tratara del mismísimo gol de Iniesta en la final de Sudáfrica...Todo un poltergeist.

A Cuentacuentos se le hizo la luz al pisar el albero. Perdonó el conato de montonera que se formó a su entrada y, luego, el capote del doblador jugó un papel fundamental. El toro había recuperado la entereza y amenazó con rebrincarse. Tal y como había hecho Chulon II en ese mismo escenario minutos antes. Barbeó las tablas desesperado en busca de presa. La carrera que había hecho su hermano y los otros cuatro toros restantes fue otra historia bien distinta. La filia india dejó a la Estafeta con el molde e irascible. Menos ofuscados se mostraron los mozos del resto de tramos, simplemente supieron aceptar el estilo de correr de los toros de Escolar: testuz contra culata y a la retaguardia de los mansos. Eso sí, cuando hubo que lanzar derrotes, lo hicieron. Sobre todo en Mercaderes y al trazar la curva con la Estafeta, donde la montonera de toros no cambió el sino del encierro. Ya lo había hecho antes, en Santo Domingo; dónde si no. 
 

viernes, 8 de julio de 2016

Cebada libra una guerra sin cuartel y hace trizas a Pamplona

Artillero, de Cebada, llena sus pitones a placer de mozos. Foto: DN
@ivanmirobriga

Cebada Gago hizo trizas a Pamplona. Regresó, tras tres años en el dique seco, por sus fueros: la leyenda del terror desplegada a lo largo y ancho de los 849 metros del encierro. Desde la misma cuesta de Santo Domingo hasta que el último toro ha entrado en los corrales de la Monumental. Entre medias, casi seis minutos de auténtico pavor propiciados por un encierro con un guion muy de los ’80. Sin cabida en este siglo. Crudo. Duro. Añejo. Los toros fueron dueños y señores de la situación. Controlaron todo. Y no cribaron. Dejaron a la Estafeta sin aire y la barrieron. La derrotaron por KO, se podría decir.

El encierro arrancó tímido. Perezoso. Los toros estrecharon sus corpachones unos contra otros y siguieron el mandato de los bueyes. Con los primeros mozos le cambió el rostro al festejo. Los toros, hoy sí, comenzaron a puntear. Levemente en primera instancia. Y de manera descarada después. Fruto de esos tantarantanes al aire cayó el primer herido. De la forma más común en la Cuesta de Santo Domingo: el cuerpo del atalancado rebota contra la pared y se ensarta en el pitón al paso del animal. Un puntazo. El toro ni lo notó. El mozo, sí. No varió la carrera. Los pupilos de García Cebada pegaditos a los mansos y escaneando crudamente la escena. Artillero [3, colorado] se lanzó en tromba a la altura del Mercado de Santo Domingo. Saltó del grupo y comenzó a girar la cara, casi 90 grados, de izquierda a derecha. Así entró en la plaza del Ayuntamiento. Marcando terreno, sin querer hacer presa. El contraluz cambió el encierro. Lo enrudeció hasta límites impensables e insufribles en los sanfermines actuales: montonera de toros y, a partir de ahí, cornadas a discreción: unas fueron al aire. Otras no. Se levantó quebrantado y herido en el orgullo ese torón chorreado, y con una cara de pavor. Se lanzó contra el primer portal de Mercaderes con toda la violencia que uno pueda imaginar y le propinó una soberana paliza a un mozo. Al lado, Juguetón [negro bragado] repetía la estampa. Los toros se vieron y se tiraron el uno a por el otro. Escaramuza campera. Testuz contra testuz. Afilando, aún más si cabe, los pitones. Y a sus pies, el escarnio.

El encierro, como ya se puede intuir, avanzaba partido. Artillero había continuado con su galope sostenido hasta alcanzar la Estafeta. La atravesó con todas las de la ley. Se abrió en exceso. Se sostribó sobre el vallado que hace las veces de curva y se lanzó a por todas. Los mozos libraron la cornada. El toro besó el suelo fruto del ímpetu con el que había entrado en la Estafeta. Le pasaron como un obus, y por encima –literalemente-, la tropa de bueyes y el cárdeno Bandolero. El toro se recompuso y encontró compañero de carrera: Cantanero. Los dos ganaron metros al trote, y no al galope al que acostumbran los mozos que suelen esperar a los toros en este tramo ya casi final. Todos con los ojos como platos. Gritaron a precaución. Y más cuando intuyeron la que se avecinaba: los tres toros restantes, ya orientados y girándose sobre sus propios pies, dejaron la Estafeta como un solar. Los mozos desertaban de los portales en desbandada. Y no era para menos. Habían visto como Empleado metía los riñones con todo el fondo de armario a su disposición, para colgar en el pitón zurdo a un mozo ya veterano.

Tres toros, sin haber cruzado el umbral físico que parte en dos el encierro, habían dejado ya más que claro que la carrera no es un juego. Si no todo lo contrario. Seriedad. Cruda seriedad. Toro por aquí y toro por allá. Los encontronazos y las peleas entre las propias fieras se sucedían. Ni los mozos ni los pastores sabían qué hacer. Los toros sí. Dominaban la escena. Se arrancaban con virulencia contra los conatos de montanera y la disolvían. Guiñaban el ojo a 100 metros y comenzaban la caza: el ya citado Empleado, por ejemplo, se metió entre ceja y ceja a una moza de origen anglosajón y no la perdonó. La buscó en el escondrijo rojiblanco en el que se había metido y la sacó de allí. Otro mozo, pareja, al parecer, de la presa, trató de evitarlo agarrándose al pitón zurdo. Pero el toro no cejó en su empeño. Para más inri, el tal Artillero sufrió una nueva caída a la altura del ensanche de la Estafeta -confluencia con la calle Espoz y Mina- y deshizo el camino. Buscando la querencia, quizá. Los pocos valientes que quedaban en la trinchera se descompusieron. No era para menos, los bureles habían perpetrado una señora encerrona: toros a izquierda y derecha. Por arriba y por abajo, según se mire.

Como pudieron salieron del entuerto. Y los toros, uno a uno, abandonaron la Estafeta y se adentraron en Telefónica. No cambiaron. Es más, el encierro se agrió si cabe más por momentos. Los desertores de la Estafeta recuperaban aliento reposados sobre el vallado. Pero los toros no habían concedido tregua alguna: los pitones golpeaban contra los maderos en busca de más carne. Los tres toros que aún restaban por ser enchiquerados rebañaron las talanqueras con saña. Propiciaron de nuevo el caos. Un río humano forcejeaba por entrar en la plaza antes que nadie y ponerse al fin a resguardo. Nadie estuvo a salvo hasta que Artillero entro en corrales. El crono rozaba los seis minutos de carrera. Pareció, sin embargo, un mundo. Y era normal, la guerra había sido sin cuartel, hasta el punto de que Cebada Gago había hecho trizas el encierro que gusta en Pamplona en este siglo XXI.

jueves, 7 de julio de 2016

La Estafeta devora a Fuente Ymbro

Damasco, de Fuente Ymbro, en su tortuosa bajada al callejón./Foto; Reuters

Fuente Ymbro se desaguó en el primer encierro del San Fermín 2016, tal y como lo había hecho el cielo la noche previa. Del todo a la nada en 849 metros. El vacío, por tanto. Eso explica que la emoción supuesta brillara por su ausencia. Los toros de Gallardo estuvieron a merced de todo y todos. Y lo que es peor, alardearon de su pobre condición hasta dos trancos por delante de encontrarse a los mozos; lo que invitó a devorar sin escrúpulos a las seis fieras. Del primer encierrillo –el casi místico traslado nocturno de toros y bueyes de los corrales del Gas a los de Santo Domingo- se desprendió una frase: “¡Vaya aparatos!”. Fuente Ymbro al aparato, por tanto, oiga. Pero el aparato –tremendo, por cierto - fue inhábil. Inmóvil, para ser más preciso. El cohetazo a las 8:00 atronó el cielo de la vieja Iruña tanto, al menos, como la tormenta nocturna. La tropa de bueyes agitó a la torada, que ante la apertura del portón de corrales se había quedado impertérrita.

Hasta diez metros separaron de inicio al manso que abrió el encierro y a la torada. En un abrir y cerrar de ojos se recompuso el cuadro: los toros estrecharon sus redondos cuerpos contra los cabestros y, luego, los arrollaron con la cadera para superarlos. La melé de recibo ya no existe. Los pupilos de Gallardo se zambulleron entre la marea de espectadores sin pegar un solo derrote. Ni siquiera ese Soplón, [66] de pelo castaño, que besó el suelo a la altura de la hornacina de San Fermín. Se reincorporó con la mirada puesta en la grupa del buey que cerraba la manada: metió riñones y se lanzó como una centella a darle caza. Los cinco toros restantes destaparon sus bazas nada más alcanzar la Plaza del Ayuntamiento: requiebros ante las decenas de mozos indecisos que se movían en el alambre, y los pitones, como pollo sin cabeza. Y así cruzaron también Mercaderes, donde la unión –y defensa– de la torada se resquebrajó. En la curva con la Estafeta, lo nunca visto: los bueyes lanzaron al esprint, y también por el precipicio, al jabonero Jazmín y al negro bragado -y tremendamente veleto- Damasco. La escena fue cuanto menos pintoresca: los dos cabestros se abrieron a la derecha y los toros le ganaron la acción sin darse cuenta. En la Estafeta entraron pidiendo permiso y eso les costó la vida: los dos toros encogieron el cuello, se afligieron, y aceptaron esquivar mozos a diestra y siniestra como vía de escape.

Los dos compañeros de andanzas avanzaban con la bandera blanca entre los pitones. Y los mozos perpetraron un nuevo esperpento: el empujón, el agarrón y el baile de codos, a las primeras de cambio. En la primera jornada. Rota la tregua del día de San Fermín. Las caídas se sucedieron a cada metro. Una de ellas acabó por desfondar a Jazmín, que ya avanzaba con un trote sostenido y de costadillo -como los caballos de Pablo Hermoso-, en claro síntoma de debilidad. Dio con sus carnes en el suelo. Los bueyes llegaron en el momento preciso para socorrer a Damasco, tras quedarse solo en el envite, y evitar otra debacle; además de diluir la más que evidente endeblez de su mano diestra. El pupilo jabonero de Gallardo se reenganchó al pelotón, que avanzó por la Estafeta a casi 20 metros de la cabeza de la manada, en el momento justo para acabar de enviar por el sumidero el primer encierro del San Fermín 2016: los cinco toros casi a la par, y ya en la Telefónica, fueron a parar contra el vallado derecho. Una montonera de mozos cerraba los ojos al verse presos de tan tremendas y astifinas caras. Nada más lejos de la realidad. Los toros salvaron a trompicones y de manera incruenta el ‘lío’ en el que se habían metido: la vía de salvación fueron las manos y los pechos.



miércoles, 6 de julio de 2016

San Fermín 2016: año I después de 'Curioso'

'Curioso I', de Escolar, regresando a los corrales del Gas, tras no completar el encierro.

'Curioso I', de José Escolar [534 kilos; número 34 y que no completó el encierro el pasado 11 de julio del 2015], es el nombre propio de los últimos 50 años en San Fermín. Ni la apabullante historia de Miura en Pamplona  –este 2016 cumplirá medio siglo en la Feria del Toro– es capaz de hacerle sombra. El merchandising dedicado al toro 'rebelde' arrasa. La fama y la expectación por las nubes. Como nunca. Que sobre su nombre no recaiga el crudo peso de la tragedia, ayuda. Y también que fuera capaz de poner en jaque al alcalde Asirón y a todo su gobierno 'del cambio' en pleno. “Si el toro –el citado 'Curioso'– hubiera vuelto al encierro, habríamos corrido un riesgo inasumible”, dijo. Y le asestó un rejonazo a su propia fiesta. El baluarte de los sanfermines –el encierro- esquilmado y, entre medias de una tormenta de polvo [con 'juegos de tronos' entre si el toro debió o no debió completar el encierro], el edil decidió pasear como un triunfo la medalla de la “eficacia”. La Meca dio la callada por respuesta una vez consumado el gran fiasco y tomó nota: borrón y cuenta nueva. No queda de otra.

Y así, la Casa de Misericordia ha buscado rehacerse este 2016. En el tapete, todos los palos de la baraja. Miura y sus 50 años en la Feria del Toro como bandera. Y tras los toros de Zahariche todo lo demás: el regreso de Cebada Gago tras tres duros años de ausencia –dos de 'castigo' tras la sacudida que supuso rechazar la corrida al completo en 2013–, la repetición en las mismas condiciones [en sábado] de José Escolar y el debut de Pedraza de Yeltes –el hierro de moda– marcan también estos sanfermines. Fuente Ymbro tocará un nuevo techo en su duodécima participación: abre San Fermín. El día 'D': 7 del 7. Toma el relevo de Jandilla, que seguirá aumentando su ya imponente historia en Pamplona. Al igual que Victoriano del Río. El regreso de Núñez del Cuvillo cierra el elenco ganadero de un San Fermín 2016 recién agitado y que vive sus primeras horas.

Para desenmarañar las ocho carreras de este San Fermín [Año I después de 'Curioso'] que ya está perfilado, nada mejor que conocer el encierro desde dentro. Todas las mañanas, del 7 al 14 de julio, tienes una cita con este espacio. ¡Viva San Fermín!


LOS OCHO ENCIERROS DEL SAN FERMÍN 2016, EN CORTO:

FUENTE YMBRO (7 de julio, jueves):
San José del Valle (Cádiz) | Domecq y Díez

Participaciones: 11.
Debut en Pamplona: 13 del 7 de 2005 (2 minutos y 34 segundos). Sin heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 13 del 7 de 2009. (2 minutos y 23 segundos).
Encierro más lento: 9 del 7 de 2010. (6 minutos y 23 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 5.
Encierro más peligroso: 13 de 7 del 2013. Dos heridos por asta en el histórico 'tapón' en el Callejón de la Monumental.

CEBADA GAGO (8 de julio, viernes):
Medina Sidonia (Cádiz) | Núñez, Domecq y Díez y Torrestrella 

Participaciones: 27.
Debut en Pamplona: 12 del 7 de 1985 (3 minutos y 10 segundos). Sin heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 10 del 7 de 1998. (2 minutos y 13 segundos).
Encierro más lento: 12 del 7 de 1988. (8 minutos y 08 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 46.
Encierro más peligroso: 9 del 7 de 1999: 7 heridos por asta de toro. La carrera duró 4 minutos y medio.




JOSÉ ESCOLAR (9 de julio, sábado):
Lanzahíta (Ávila) | Marqués de Albaserrada 

Participaciones: 1.
Su único encierro: 11 del 7 de 2015.
Total de heridos por asta de toro: 4.
Tiempo empleado: La carrera se dio por concluida a los 2 minutos y 44 segundos, con tan solo cinco astados en los corrales de la Monumental; el sexto toro, 'Curioso I', hizo historia al regresar sobre sus pies a la altura de la hornacina de San Fermín, siendo encerrado en los corrales de la Cuesta de Santo Domingo.




PEDRAZA DE YELTES (10 de julio, domingo):
Castraz de Yeltes (Salamanca) | Domecq y Díez-Aldeanueva

Debutante en Pamplona.











JANDILLA (11 de julio, lunes):
Mérida (Badajoz) | Domecq y Díez

Participaciones: 16.
Debut en Pamplona: 14 del 7 de 1983 (2 minutos y 30 segundos). Sin heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 7 del 7 de 1998 (2 minutos y 19 segundos).
Encierro más lento: 11 del 7 de 2005 (5 minutos y 33 segundos)
Total  de heridos por asta: 30.
Encierro más peligroso: 12 del 7 de 2004: 8 heridos por asta. La carrera duró 3 minutos y 14 segundos.


VICTORIANO DEL RÍO (12 de julio, martes):
Guadalix de la Sierra (Madrid) | Domecq y Díez

Participaciones: 6.
Debut en Pamplona: 12 del 7 de 2010 (2 minutos y 17 segundos). Sin heridos por asta de toro.
Encierro más rápido: 10 del 7 de 2013 (2 minutos y 13 segundos).
Encierro más lento: 9 de 7 de 2014 (3 minutos y 23 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 4.
Encierro más peligroso: 9 del 7 de 2014 (3 minutos y 23 segundos). Dos heridos por asta de toro.




NÚÑEZ DEL CUVILLO (13 de julio, miércoles):
Vejer de la Frontera (Cádiz) | Amalgama de sangres (predominio Domecq)

Participaciones: 6.
Debut en Pamplona: 12 del 7 de 1995 (3 minutos y 32 segundos). Un herido por asta de toro.
Encierros más rápidos: 14 del 7 de 2009 y 14 del 7 de 2011 (2 minutos y 21 segundos).
Encierro más lento: 9 de 7 de 2004 (4 minutos y 41 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 7.
Encierro más peligroso: 9 del 7 de 2004. Cuatro heridos por asta de toro.


MIURA (14 de julio, jueves):
Lora del Río (Sevilla) | Miura

Participaciones: 59.
Debut en Pamplona: 1899. Este 2016 se celebran 50 años del hierro de Zahariche en la Feria del Toro (creada en el 1959).
Encierro más rápido: 14 del 7 de 2015. (2 minutos y 05 segundos). El encierro más veloz de la historia de San Fermín.
Encierro más lento: 14 del 7 de 1982. (5 minutos y 32 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 16.
Encierro más peligroso: El 12 del 7 de 2009 se registraron cinco heridos por asta de toro en un encierro que duró 5 minutos y en el que el toro Ermitaño pasó a formar parte de la historia del encierro, al igual que Olivito, que el 2014, dejó tres heridos graves.