'Elegido', encampanado en el pinar de Tordesillas. Ical
Quince días después del
torneo de la Vega, el exabrupto ‘antiTordesillas’ comienza a agonizar; más
pronto que tarde morirá. Como el toro. Y hasta el año que viene. El sacrificio
del animal, al baúl…, salvo para los 50.000 que fueron a presenciarlo. Esos no
olvidaran. Nunca.
Pasadas las 11:30 de la
mañana: "Booom” –bomba real–: 'Elegido' saludó a su efigie. Nada que
envidiar. La imagen nocturna se desvanece. "No es Toro-Vega", decían.
¿No? Fino desde el pitón zurdo hasta el último pelo de la cola. Amplio pecho,
largo cuello. Tan descarnado de cara que las arrugas de la piel y dos ojales canos
enfatizan una mirada dura, de asustar. Digamos que con perfil de ‘diablo’: sin
apenas mazorca ni pala; todo punta. ¡Y qué punta!: 15 centímetros, sino 20, de
meñique de pianista y de negro Vantablack
–el color más oscuro del mundo–. Tan solo discordó la longitud de sus
patas: alto como un caballo, pelín zancudo, como hecho para no hundirse en el
Campo de Tiro. A tragar saliva.
Cruzó el Duero con
parsimonia. Con un “tic, tic, tic”, de cascos, que rara vez pasó al “toc, toc,
toc”. Sin vuelta atrás. Con celo, sin empleo. Así hasta el cambio de suelo. En
ese preciso momento, el contador del miedo comenzó a carburar: revuelo de
piernas y brazos. Gritos. Primera presa. Puñetazo derecho al estómago. La daga
izquierda silueteó al mozo (dos veces) antes del cambio de punta. Pasó a la diestra.
Un zarandeo de pitón a pitón. Y otro, y otro. Cuatro en total. Fin. Se escuchó
un “bufff” de alivio, y de susto. El toro ya no era el mismo. Se montó, creció
dos palmos según descendía camino de la Vega, y consiguió que en ese ‘paseíllo’
apareciera algo perdido hacía años: la cautela. Y también el pánico. Y hasta el
rostro desencajado llegó en un giro brusco de tiburón. Así, sin avisar, de
repente. El Bañuelos avasalló en línea recta hasta cazar, rebañando de
coronilla a suela de deportiva. Un shock
que acabó con otro mozo a tres metros de altura y con el toro revolviéndose en
una baldosa en busca de continuar la escena. A dos palmos, una ambulancia abría
sus puertas a la espera de que apareciera el ‘capote’ salvador. Una chaqueta al
aire, y el toro que comenzó a ¡galopar!, pero no de cualquier manera: violento.
Tan brusco que hasta perdió las manos. Cuando se incorporó ya medía otra cuarta
más. ¿Cuántas iban? Avanza, gira, desafía. Un bucle a los 20 minutos de torneo.
Un cornalón acabó con la
‘rutina’ de las tres fases: avance, giro... Pudo haber más. Por eso, cada vez
que alguien ´libraba’, estallaban palmas, al unísono, hondas, roncas se puede
decir. De respeto. No era para menos, a esas alturas todos sabían que había un
toro (con mayúsculas) en la Vega. Volvió el bucle y pasó un rato largo hasta
que el torneo dio oficialmente comienzo. Polvareda. Parón. Llegó el círculo; y
el hombre armado también. El lancero pasó por el pitón de las cogidas, también
por el otro. El Bañuelos no se afligió. Tordesillas reviviendo un año más su polémico
rito medieval. Dobló el toro. El reloj había corrido ya lo suyo. Más que nunca.
Tibias palmas para el burel, muchas más para el encargado de abatirlo, y hasta
“vivas”. Debió de ser al revés. Fin del torneo en la Vega, bombazo real para el
de los platós. Aún dura, aunque no le queda ya mucho resuello –¿quién es más
sanguinario?–. Todo lo contrario le pasa al que allí estuvo. Un día tras otro suma
fuste. La emoción, a flor de piel; y también los “bufff”, por el recuerdo. Eso solo quiere decir una cosa:
triunfó el toro. Punto.
Ya que habéis perdido el tiempo en leer la crónica, me
gustaría que escucharais esta carta abierta de Fernando Ónega al pueblo de
Tordesillas. Merece la pena:
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