viernes, 10 de julio de 2015

Fuenteymbros galopones


Manirrota, de Fuente Ymbro, salva a un mozo al final de la curva de Mercaderes./Foto: Larrión y Pimoulier-DN


Fente Ymbro se cascó en su undécima participación en Pamplona un encierro bizcochón. Puro almíbar. Y para remate en fila india. Más fácil casi imposible. Y desde el comienzo. No hizo falta ni que la curva o el contraluz prepararan la montonera o produjeran el tropezón. Casi por instinto, y tras la melé con los mozos de recibo de Santo Domingo, los toros de Ricardo Gallardo se pusieron en formación de a uno. Y la cuesta no lo desaprovechó. Como si estuvieran en Estafeta: espalda al morro y hacer pantalla, y ya la velocidad y las piernas marcarían cuándo quitarse. Y se quitaron, no voló nadie. Los toritos, recortaditos, bajitos ellos, con sus puntas la mayoría hacia adelante, lanzaron leves punteos a su diestra y ya. Se afligieron y entendieron que lo mejor para su salvaguarda era correr y correr. Y eso hicieron durante dos minutos y 24 segundos.

El primero en tomar esa decisión fue el único toro negro del sexteto, Manirrota, que no le hizo justicia al nombre, por su galopar agalgado. Aprendió su sino en el encierro pegadito al costado izquierdo de un manso en Santo Domingo y emprendió aventura en solitario nada más llanear la carrera en la plaza del Ayuntamiento. Pasó como un rayo por Mercaderes y llegó la curva. La trazó en diagonal y fue a dar contra el primer portal de la estafeta. Pero no chocó. Ni siquiera rozó a un, suponemos, mozo mexicano. Ni un rasguño. Echó el freno de mano, cerró los ojos y bizqueó del diestro para no ver sus 550 kilos empotrados contra una pared, y con un hombre en medio. Superado el entuerto siguió la carrera. Los manos comenzaron a azuzarle en los cuartos traseros a modo de fusta hasta que la mano de otro mozo con todo su corpachón a cuestas se le abalanzaron sobre el pitón zurdo. Cayó como una mosca. Sus hermanos no, pero todos tropezaron. Palizón al comienzo de la Estafeta. Se levantó sin ni siquiera mirar y siguió corriendo.

La mala pata de ese veleto Manirrota, le entregó a dos de los castaños del encierro, Valdivia y Hostelero, la manija de una carrera que no iba a cambiar mucho. Unos por otro. Y por detrás, también lo mismo, eso sí,  siempre de uno en uno. Avanzaron sin hacer un feo, siempre buscando el fin del encierro. Ese tran tran a sus muchos kilómetros por hora hizo que brotaran las carreras largas, pegadas al pitón, con esa antiestética forma de controlar al animal levantando la cabeza y mirando el pescuezo del toro por el rabillo del ojo. También las hubo cortas, y hasta necias. Y otra vez, ya en Telefónica y el Callejón, el final cruel: manos en los lomos, en los costados, en el morrillo y también en los pitones. La carrera galopona como respuesta.  En los seis.





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