domingo, 12 de julio de 2015

Palizón de Telefónica a los cobardones Conde de la Maza

Cerrado, del Conde de la Maza, se estrella contra una montonera de mozos./Reuters


El Conde de la Maza se ha llevado en su regreso a la Feria del Toro un soberano palizón. Su cobardía en la Telefónica les costó más que cara, y eso que los boyancones del Excelentísimo Señor, según reza el glosario de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, le regalaron a Pamplona un encierro doble con tintes clásicos. Corrieron tres y tres, y partieron los 849 metros de carrera en dos, con el contraluz de Mercaderes a modo de división natural. Se podría decir que fueron miureños hasta el Ayuntamiento y de ahí en adelante todo lo que pasó fue en Dolores Aguirre, por poner dos de los referentes más claros en la carrera de Iruña. Esta Pamplona globalizada eso no se lo tuvo en consideración. Ni un ápice de respeto. Golpes y regolpes en lomos, pencas, testuz y pitones. Como si las peleas por plantarse al hilo del pitón no acabaran cuando el torón rozaba el hombro o las costillas, según altura. Se pasó de arrearle el mamporro al compañero de carrera a darle una labra de espanto a unos torones que pasaban los 600 kilos. 

Ese fue el remate de un encierro que se apagó alarmantemente al minuto de carrera. Cualquiera diría que esos toros, que o bien giraban la cara cobardones o bien ni se inmutaban cuando sentían apoyarse manos y hasta periódicos entre ojo y ojo, habían tratado de calcar cualquiera de las mejores salidas de los venerados Miura: manada desparramada, con los seis soltando la cara a diestra y siniestra, bamboleando esos corpachones como juncos a velocidad de crucero, fijándose en casi todo y hasta arrodillándose con fiereza en la plaza del Ayuntamiento ante el leve toque de atención. Hicieron de todo, hasta caerse y partir la manada en dos en la misma puerta del Mercado de Santo Domingo. Eso los mató. 

A partir de ahí, corrieron tres y luego otros tres, con más de 20 metros de distancia entre unos a otros. Eso provocó la citada pérdida del respeto en Telefóncia y el callejón. Y también, aunque menos acusada, en Estafeta y con algún ramalazo en la osada Mercaderes, que es donde se inició el declive de la torada. Una caída a plomo en toda regla. Desfondarse tranco a tranco para pasar del fibroso primer tercio del encierro al fofo final, con la imagen de ese Cerrado como bandera.  El más estrecho de sientes del encierrón se lió a empujar con el morro y los pechos, en lugar de con los pitones, y a levantase de manos con la única intención de huir hacia adelante, tras estrellarse contra una atemorizada y cosmopolita montonera de mozos que trataba de hacerse invisible pegada a tablas. Sus riñonazos acabaron por imponerse y dieron al encierro por claudicado y concluido. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario